miércoles 24 de abril, 2024
  • 8 am

Tormenta

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

384 opiniones

Por el Padre Martín Ponce De León
Debía trasladarme para compartir una eucaristía.
Sabía no podía usar el tiempo en cualquier cosa que lo ocupase menos en el viajar.
Entre una misa y otra tenía el tiempo justo como para llegar a tiempo.
En diversas oportunidades me han manifestado no importa llegar un poco tarde puesto que me pueden esperar pero tal cosa no me agrada prefiero apurar la partida antes que llegar tarde.
Antes de comenzar la primera eucaristía, habíamos estado, con una persona, observando un trozo de arco iris que se podía ver asomando entre dos nubes. “Eso quiere decir que se terminó la lluvia” dijo esa persona.
Al salir rumbo a la segunda el cielo se mostraba despejado pero asomaba, por sobre el horizonte, una prolongada nube oscura.
A medida iba recorriendo la ruta podía ver que la nube, sobre el horizonte, era cada vez más grande y más oscura.
Poco a poco aquella nube ocupaba más y más espacio sobre el horizonte y ya parecía como que al cielo le había surgido un inmenso hematoma.
Repentinamente unas potentes gotas golpeaban sobre el auto.
Avanzando un poco más ya no eran gotas sino que, parecía, me había introducido en una gigantesca cortina de agua.
El limpia parabrisas iba y venía a toda velocidad sin lograr permitir una mirada clara.
El agua no permitía ver las líneas que marcan la ruta.
Un coche, el único que encontré en la ruta, avanzaba muy lentamente. Si me prestaba a andar a su velocidad y seguirle, tal vez, llegaría tarde a la eucaristía. Logré pasarlo y continuar avanzando mucho más lento de lo que suelo ir pero un algo más veloz que el auto con el que me crucé.
Así es, en algo, nuestra vida.
Cuando todo parece que nos anuncia que se nos han acabado las tormentas y podemos avanzar con tranquilidad, surge alguna que nos desacomoda completamente.
Nos impide ver nuestras referencias y lo que está a nuestro alcance resulta insuficiente.
Nos encontramos completamente en solitario pero con la necesidad de continuar avanzando.
Es en situaciones como esa donde nos damos cuenta que hemos aguzado nuestros sentidos, nos hemos puesto tensos y continuamos nuestro andar.
Traspasada una línea imaginaria, la cortina de agua quedó atrás y algunas poderosas gotas avisaban que ya había pasado lo peor.
Luego, durante todo el trayecto restante, unas pocas y débiles gotas hacían saber que continuaba lloviendo y nada más.
Nunca nuestra vida se ve inmersa en una tormenta sin final.
Ya no necesitamos mantener aguzados nuestros sentidos y hacer un prolongado esfuerzo por ver. Las tormentas, en nuestra vida, siempre poseen ese final que nos permite volver a la normalidad de nuestro andar.
Podremos saber que la tormenta continúa pero ya no es esa cortina de agua que nos impedía andar con tranquilidad.
Es inevitable el deber pasar por alguna tormenta.
Deberá ser muy intensa para que debamos detenernos.
Deberemos poner todo nuestro empeño y atención para no cometer alguna imprudencia o tomar alguna decisión apresurada.
Puede surgir algún arco iris pero el mismo no nos estará indicando ya no habrán más tormentas sino que estará allí para que disfrutemos de sus colores entre las nubes.
Pretender una vida sin tormentas es un imposible y no podemos hacernos ilusiones sobre ello.
Pensar que todas las tormentas por las que deberemos atravesar son de poca monta es otra utopía.
Siempre habrá alguna de esas tormentas que nos intentará hacer perder nuestras referencias pero, con cuidado y atención, podemos continuar avanzando.