viernes 29 de marzo, 2024
  • 8 am

Besos al cielo

Gisela Caram
Por

Gisela Caram

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Ps Gisela Caram
¿Me tomarías de la mano si te viese en el cielo?
¿Me ayudarías a mantenerme en pie, si te viese en el cielo?
Encontraré mi camino cruzando la noche y el día, porque sé que no puedo quedarme aquí en el cielo
Lágrimas en el cielo.
Eric Clapton
Mi intención es expresar sentimientos que se desencadenan en el duelo por la pérdida de la vida de un ser querido. Ahora o antes hemos transitado partidas de personas cercanas, un familiar, un amigo, hijos que despidieron a sus padres y padres que despidieron sus hijos.
Lo impensable, el dolor más grande del mundo.
Lo inentendible ¿por qué?
La partida de un ser querido es un golpe duro.
Elegí esta introducción con una parte de una canción que escribió Érica Clapton tras la repentina pérdida de su hijito de 4 años, hace ya muchos años.
Nadie está preparado para transitar el dolor de perder a alguien cercano, menos a un hijo.
Es difícil pensar cómo seguir la vida…
Las pérdidas hay que duelarlas. Y en nuestra cultura, el ritual del velatorio, la despedida, ha sido parte del cierre que da lugar al sentimiento de ausencia real del otro.
El dolor no podemos decir que es igual para todos, porque hay formas más o menos racionales, más o menos sensibles, más o menos expresivas de transitar…
Algunas culturas aceptan la muerte como una parte de la vida. Manejan sus emocionalidades de diferente forma y las diferentes ideologías religiosas ayudan a procesar diferente esto.
Los duelos llevan el tiempo de cada uno.
Depende de la etapa evolutiva que se transita, el grado de parentalidad, el cómo haya sido la muerte, súbita, por accidentes, después de una enfermedad…
Después de una partida, el clima de la casa es otro, lleva tiempo reordenar las cosas, adentro de cada uno y las cosas de quien ya no está.
La idealización se instala, borrando todo error terrenal de ese ser querido.
Se buscan culpables, se vive lo exterior como peligroso y se compara todo el tiempo. Nada puede ser tan gratificante ni feliz como antes…
Cuando hay una partida importante en cada uno de nosotros, cambia todo. Hay que volver a equilibrar las emociones, y aprender a relacionarnos con nosotros mismos sin esa persona.
Volver a mirar el mundo con la intención de no predisponerse a que lo que resta de vida, no tiene sentido.
Recuperar la confianza en la vida y en uno mismo.
Sentir que somos viables de recuperación.
Un duelo lleva un año, dos y más.
Depende de a quién se haya perdido, del proceso de cada uno, del apoyo familiar, y de los amigos, de las motivaciones que se puedan ir descubriendo. De los grupos de apoyo, y de algún “motor extra” que puede ser algo nuevo y motivador, que también puede ayudar mucho…
Nada quita el sufrimiento del alma y el proceso a transitar en el tiempo.
Se hace más llevadero, cuando la aceptación y superación de la pérdida, es sostenible desde adentro de uno más el apoyo del entorno.
Sacarnos la mascarilla y descubrir las lágrimas que quedan en los ojos y el alma sangrante de dolor de las pérdidas vividas.
Nunca uno está preparado para despedir a un ser querido, menos para no poder despedirse, como viene ocurriendo en tiempos de recrudecimiento de la pandemia.
Hay que tolerar la impotencia de no poder hacer nada.
No es lo mismo el ritual del que estábamos acostumbrados, a lo que se puede hacer ahora por la situación sanitaria.
Doler, duele siempre.
Hablar de esto ayuda, pensar también pero no al punto de que al pasar el tiempo solo exista ese pensar. Confiar en los recursos internos y la superación del dolor es fundamental.
Aceptar que su presencia vivirá en mi corazón… y quizás esa es la manera menos dolorosa de hacer un lugar diferente, a la ausencia física
“Aceptar que el amor, no se acaba con la muerte…”
*Especialista en Vínculos