Por el Padre Martín Ponce De León
Una de sus características es su frondosa imaginación.
Siempre tiene una respuesta aunque la misma sea un absoluto disparate.
Lo importante es que lo dice con convicción y seriedad que uno se queda preguntando si, verdaderamente, creerá lo que dice.
Hacía varios días se había ausentado de sus lugares habituales.
Apareció repentinamente como si nunca se hubiese ausentado.
Le comenté de su ausencia y me respondió que había estado en la casa de un señor que tiene un campo en un paraje cerca de la ciudad.
“El señor me dijo que en su campo tenía caballos y ovejas pero no tenía ni vacas ni chivos” “Yo le dije que nunca había visto un campo sin vacas ni chivos” y, entonces lo invitó a conocer su campo.
Allá se fue y “¿A que no sabe lo que tiene en el campo?”
Era evidente que no podía saber lo que me habría de decir puesto que dudaba se hubiese ido a un campo.
Le dije que ni idea podía tener de lo que esa persona tenía en su campo.
“Camellos. El campo llenito de camellos”
“Mirá vos. ¡Camellos!. ¿Y qué comen los camellos?”
“Comen pastito verde y bichitos de los que andan en la luz. El hombre, como en el campo no tiene luz, se tiene que venir al pueblo todas las noche a cazar bichitos en la luz y después los suelta en el campo para que lo coman los camellos”
“Cuando me iba a venir organizó una fiesta de despedida y no fue nadie y nos tuvimos que comer una cabeza de cordero cada uno”
En otra oportunidad habíamos pasado por el frente de un edificio público de enseñanza cuya pared posee un friso de piedras.
“¿Usted sabe quién hizo este liceo?”
Imposible saber la respuesta y mucho menos lo que habría de decirme. “No, ni idea”
“Este liceo lo hizo el “Tata Dios” (modo con el que se refiere a José Salles. El “dios verde”) “Se metía en el río y levantaba una piedra y José Pedro Varela, desde la orilla, le decía si la piedra servía o no. Si servía la traía y la ponía en la pared y si no servía la volvía a tirar al río. Así hizo este liceo”
Casi inmediatamente salió con otra parte de su relato.
“Antes de morir el “Tata Dios”, me enseñó una cosa que yo soy el único que la sabe. Por eso yo sé donde vive el finado José Artigas. La gente cree que está muerto pero está vivo y vive en una cueva que está debajo de una piedra y sólo yo conozco el lugar y no puedo decirle a nadie”
“¿Y de qué se alimenta Artigas?”
“De noche corre la piedra y mira si nadie lo ve y sale a buscar comida o caza algún bicho y con eso vive”
“Si te parece podemos llevarle, cada tanto, algunos alimentos y se los dejamos cerca de la piedra”
“Usted está loco. Nadie puede hacer eso. El “Tata Dios” me dijo que no se le puede llevar nada de comida. Él se arregla solo y no quiere que nadie lo ayude y el único que sabe el lugar donde vive soy yo”
Así podría continuar compartiendo algunos de sus relatos. Relatos que solía realizar cuando yo estaba concentrado escuchando algo de mi interés o mirando algún partido de fútbol en la televisión.
Si su cuento era durante un partido de fútbol, el mismo solía durar todo el primer tiempo, concluía en el descanso y lo retomaba todo el segundo tiempo.
Lo mismo sucedía ante algún evento de mi interés. Lo que durase la transmisión del evento podía durar su relato.
Siempre eran relatos donde la frondosa imaginación y los detalles absurdos hacían que se prestara poco interés aunque se debiese escuchar completamente.
Se sabía escuchado y ello era lo único que le interesaba aunque debiese inventar sus cuentos.
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