viernes 29 de marzo, 2024
  • 8 am

La frase

Adriana López Pedrozo
Por

Adriana López Pedrozo

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Por Adriana López Pedrozo
Mi abuela materna jugó un papel importante en mi vida como mujer.
Le decía “la abu”, y cuando me acercaba para tratar de entender algo sobre cosas de la vida, su primera respuesta era: “lo que pasa acá, ya pasó allá”.
Confieso que esa parte no escuchaba, en la ansiedad de oír lo que podían tomarse como una especie de consejos encarriladores de problemas.
Y los seguía al pie de la letra, y siempre, creo yo, me daban resultado, por lo menos más apegados a lo real.
A cincuenta y nueve vueltas al sol, intento descifrar esa frase.
Entiendo que “lo que pasa acá” se refiere al hecho concreto que priva de la paz interior, el consciente, lo cognoscible.
Cada uno de nosotros pondremos quizás en esa parte: lo que siente que puede ser.
“Ya pasó allá”: Dios, el universo, el que maneja los hilos y al cual acudimos en busca de volver a sentir nuestra paz interior.
También cada cual, tendrá su interpretación.
Creo que vivimos un tiempo post pandemia, que realmente afectó a todos.
Además de los que partieron antes, se produjo como una puesta sobre la mesa de nuestra finitud.
Da la impresión de que realmente fuimos más allá de nuestra propia existencia, acercándonos a la naturaleza, al universo, de una forma consciente.
Es así que vemos la oleada positiva de cambios en la alimentación acercándonos a lo natural, la necesidad de estar afuera, mirar el cielo de día y de noche, aprovechar al máximo el día pero desde otra perspectiva: para sentir la unión entre cuerpo, alma y espíritu.
La música suave, los aromas de pino, menta, el color de las flores de un jardín antiguo pero especial, el silencio nos conduce a un encuentro con nosotros mismos.
La meditación, el yoga, reiky, aparecen fuertemente requeridos, pero no por moda, sino por necesidad de autoconocernos y vernos desde otra perspectiva más etérea, la comunicación entre espíritu, cuerpo y alma.
Y resulta que cumplen con los requerimientos de esta época que estamos viviendo, para mí, un cambio de Era.
Elegimos internamente con quien pelear y muchas veces llegamos a la pregunta: “¿Vale la pena? ¿Qué me aporta? ¿Tendría que hacer toda una movida para recuperar muebles, joyas o cualquier cosa material, para verla todos los días en nuestro hogar?
Nos empezamos a dar cuenta que, en el trabajo, socializamos de otra manera, desde quizás, sea el cargo que ocupa, es un ser humano como yo.
Ponemos un poco más de atención en disfrutar el más simple, gran momento de compartir un mate, con una variopinta charla.
Leyendo a cielo abierto, de tardecita, levantamos varias veces la mirada, porque no nos queremos cuando el sol se esconde y el cielo cambia de colores indescriptibles.
La mirada de la gente conocida o no se ve más suave, menos ceños fruncidos, más conciencia que en realidad solo somos uno provenientes del mismo lugar.
Se producen abrazos de perdón con gente con la que nos separaba “algo”, y queremos reconstruirlo.
Estamos en el medio de un cambio universal.
Y no es una afirmación. Es una percepción muy real. Nos hemos dado cuenta de nuestra finitud. Y la queremos enfrentar pero nuestra necesidad de vida, nos aleja y nos enseña a agradecer cada minutito que estamos sobre la tierra, sobre la madre tierra, acompañados o no.
Si estamos solos, nos sentimos acompañados. Si estamos acompañados miramos con otros ojos a esa personita que también se arriesga a perder o ganar en una compañía elegida, donde estamos seguros, y aunque nos equivoquemos, viene del alma, del espíritu y no de la comodidad.
Si, sufrimos, pero encontramos seres que nos toman la mano sin tocarnos y nos muestran un camino donde podríamos elegir seguir o no.
Si, deseamos reírnos hasta que nos duela la panza, bailar hasta descalzarnos y decir “te quiero”, te extraño, me gustaría compartir este estado que estoy pasando contigo.
No, no es fácil.
Los que creemos en el cambio podemos ver desde otro lugar, y elegir o soñar con una mansión o un tranquilo lugar que nos conecte con el exterior, que nos permita oír pájaros, ver agua, mojarnos, respirar, oler, cerrar los ojos, dormir sin pastillas.
Y es ahí donde nos damos cuenta de la somatización.
Nos asombramos ante lo inesperado.
Empezamos a confiar que un aporte específico nos hizo transitar este camino llamado vida.