miércoles 24 de abril, 2024
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Con vigencia

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
No puedo quedarme en el Don Bosco que ya ha muerto.
No puedo quedarme en el Don Bosco de la institución.
No puedo quedarme en el Don Bosco de los documentos.
Debo quedarme con ese Don Bosco que hoy conserva la frescura de su desafío.
El Don Bosco que no se limita a repetir lo de la mayoría sino que busca por caminos propios.
El que no teme no ser entendido o ser mal interpretado.
El del amor entrañable por los niños y jóvenes, particularmente los de la clase más necesitada.
El de la cercanía y conocimiento de cada uno de sus jóvenes. El de la palabra al oído.
El de los métodos no convencionales. El que rompía esquemas y era señalado y mal visto. El que buscó brindar aquello que la sociedad no brindaba.
Para ello buscó, una y mil veces, por distintos senderos, aquellos que fuesen de mayor utilidad.
La vida le había hecho transitar por muy diversos caminos y a cada uno de ellos los supo poner al servicio de sus muchachos.
Pero, fundamentalmente, la vida le había ido enseñando la profunda necesidad de confiarse a Dios. Ello fue lo que realizó.
Buscó ser fiel y para ello cargó con la cruz que en muchas oportunidades se hizo dura y amarga. Nada importaba ni le detenía.
Se sentía llamado a servir a sus muchachos para obtener su salvación y así ser santo y puso todo lo suyo al servicio de esa causa.
Por ello entusiasmaba y convencía. Sabía que en esa tarea no estaba solo.
Él y Ella eran los permanentes referentes de su camino y desde ellos se animó a emprender las osadas empresas que supo llevar adelante.
Austero, paternal, exigente, tenaz, constante, atento, solícito, disponible.
Algunas de esas cualidades de las que supo alimentarse en una constante oración.
Lo suyo era una educación desde la informalidad de un espíritu de familiaridad que era tan necesario en aquellos muchachos tan carentes de afecto.
No se refugió en las estructuras de una familia que crecía a ojos vista sino que quería a sus hijos “en mangas de camisa” para ser útiles y serviciales.
Sin duda que las cosas han cambiado con el paso de los tiempos.
Los jóvenes ya no son los mismos que en los finales del siglo XIX.
Pero el desafío se conserva intacto.
Brindar lo que la sociedad no brinda.
Es el desafío a la audacia.
A la búsqueda constante.
A la constante renovación.
Al tránsito por caminos nuevos sin temor a la equivocación.
Por ello más que una fiesta externa es la celebración de un renovado compromiso.
A medida van transcurriendo los años y los mismos pesan es mucho más difícil renovar tal compromiso.
Es más simple quedarse y limitarse a lo ya establecido.
Es más cómodo repetir lo ya probado y mucho más si ello ha redundado en algún logro.
Quizás sea necesario, para renovar tal compromiso, poder identificarse con la gente de las clases populares.
Es poder aprender a convivir con necesidades muy concretas.
Aprender a crecer en la cultura del carecer.
Necesitar experimentar la pobreza a flor de piel para poder valorar las pequeñas cosas.
Es poder estar atento a los signos de Dios para dejarse asombrar con su bondad.
Es buscar y para ello estar desapegado a las muchas cosas que atan, limitan y desalientan.
Lejos de una fiesta externa es la celebración de un compromiso que se debe hacer tarea vital.
Porque lo suyo está vigente y es todo un desafío actual.