martes 23 de abril, 2024
  • 8 am

La columna infiltrada: 1984 (George Orwell)

Al oír nombrar al Gran Hermano, el rostro de Winston se animó automáticamente. Sin embargo, Syme descubrió inmediatamente una cierta falta de entusiasmo.

-Tú no aprecias la neolengua en lo que vale –dijo Syme con tristeza-. Incluso cuando escribes sigues pensando en la antigua lengua. He leído algunas de las cosas que escribes para el Times. Son bastante buenas, pero no pasan de traducciones. En el fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma con toda su vaguedad y sus inútiles matices de significado. No sientes la belleza de la destrucción de las palabras. ¿No sabes que la neolengua es el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día?

Winston no lo sabía, naturalmente. Sonrió –creía hacerlo agradablemente- porque no se fiaba de hablar. Syme comió otro bocado del gran pan negro, lo masticó un poco y siguió:

-¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber “crimental” si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre? Y en la onceava edición nos acercamos nos acercamos a ese ideal, pero su perfeccionamiento continuará mucho después de que tu y yo hayamos muerto. Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por supuesto ahora no hay justificación alguna para cometer un crimen por el pensamiento. Solo será cuestión de autodisciplina, de control de la realidad. Pero llegará un día en que ni esto será preciso. La revolución será completa cuando la lengua sea perfecta. Neolengua es Ingsoc e Ingsoc es neolengua –añadió con una satisfacción mística-. ¿No se te ha ocurrido pensar, Wisnton, que lo más tarde hacia el año 2050, ni un solo ser humano podrá entender una conversación como esta que ahora sostenemos?

-Excepto…- comenzó a decir Winston, dubitativo, pero se interrumpió alarmado.

Había estado a punto de decir “excepto los proles”; pero no estaba muy seguro de que esta observación fuera muy ortodoxo. Sin embargo, Syme adivinó lo que iba a decir.

-Los proles no son seres humanos –dijo-. Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron… solo existirán versiones neolengüisticas, no solo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del Partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan como el de “la libertad es la esclavitud” cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconciencia.

De pronto tuvo Winston la profunda convicción de que uno de aquellos días vaporizarían a Syme. Es demasiada claridad y habla con demasiada sencillez. Al Partido no le gusta esta gente. Cualquier día desaparecerá. Lo lleva escrito en la cara.

Winston había terminado el pan y el queso. Se volvió para beber la terrina de café. En la mesa de la izquierda, el hombre de la voz estridente seguía hablando sin cesar. Una joven, que quizás fuera su secretaria y que estaba sentada a espaldas a Winston, le escuchaba y asentía continuamente. De vez en cuando, Winston captabaalguna observación como: “Cuánta razón tienes” o “No sabes hasta que punto estoy de acuerdo contigo”, en una voz juvenil y algo tonta. Pero la otra voz no se detenía ni cuando la muchacha decía algo. Winston conocía de vista a aquel hombre aunque solo sabía que ocupaba un puesto importante en el Departamento de Novela. Era un hombre de unos treinta años con un poderoso cuello y una boca grande y gesticulante.

Estaba un poco echado hacia atrás en su asiento, y los cristales de sus gafas reflejaban la luz y le presentaban a Winston dos discos vacíos en vez de un par de ojos. Lo inquietante era que del torrente de ruido que salía de su boca resultaba casi imposible distinguir una sola palabra. Solo un cabo de frse comprendió Winston “completa y definitiva eliminación del goldsteinismo”, pronunciado con tanta rapidez que parecía salir en un solo bloque como la línea, fundida de plomo, de una linotipia. Lo demás era solo ruido, un cuac-cuac-cuac-, y, sin embargo, aunque no se podía oír lo que decía, era seguro que se refería a Goldtein acusándolo y exigiendo medidas duras contra los criminales del pensamiento y los saboteadores…

Tuvo Winston la curiosa sensación de que no hablaba el cerebro de aquel hombre, sino su laringe. Lo que salía de ella consistía en palabras, pero no era un discurso en el verdadero sentido, sino un ruido inconsciente como el cuac-cuac-cuac- de un pato.

(continuará).

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1984 sitúa su acción en un Estado totalitario. El Partido Dominante, el poder es el valor absoluto y único. La vigilancia despiadada de este súper-estado ha llegado a apropiarse de la vida y la consciencia de los ciudadanos. Todo está controlado por la figura del Gran Hermano.

1984 fue escrito en 1948 por George Orwells, pero esta 9ª. edición se imprimió en octubre de 2007 en Argentina. Hoy, más que nunca, este libro tiene plena vigencia.