Por el Padre Martín Ponce De León
Podemos acercarnos a la figura de María desde muchos lugares.
En lo personal no me agrada mirarla desde lo abstracto o desde lo místico.
Me agrada mirarle desde lo muy humano como es la amistad.
Desde hace muchísimo tiempo y sin tener una razón muy concreta experimento a María como una amiga.
Una entrañable y cercana amiga.
Puedo experimentar, en mi relación para con ella, un sinnúmero de realidades muy concretas que me dicen de un alguien muy humano, muy vigente y muy confiable como puede resultar alguno de esos seres especiales a los que uno llama “amigo/a”
Siempre sostengo que su realidad física debemos encontrarla en la imagen de la de Guadalupe. El rostro de una joven con rasgos judíos que no es producto de ninguna pintura humana ni fruto de alguna imaginación.
Imagino su mirada plena de brillos pero nunca condescendiente.
Sus brillos se hacen puerta por donde uno se adentra a su vida y puerta por donde ella ingresa a nuestra existencia.
Sus brillos se hacen intensos cuando aprueba nuestra conducta o se hacen serios cuando no comparte nuestro proceder.
Pero, siempre, su mirada está colmada de brillos.
Brillos que le hacen atenta a diversas necesidades o disponible a brindar una mano generosa.
Brillos que le hacen cercana porque atenta a nuestras necesidades y ocupada en ayudarnos.
Podemos equivocarnos y mucho pero su mirada jamás dice de desprecio o lejanía puesto que siempre renueva su confianza en nuestras posibilidades.
Imagino su sonrisa y no puedo evitar su calidez que se regala.
Nunca es un juez que nos censura sino que siempre es una amiga cercana.
Sonríe para alentarnos a continuar con nuestros aciertos y sonríe para ayudarnos a rehacer caminos equivocados.
Sonríe cuando habla puesto que siempre nos está obsequiando lo mejor de ella misma y ello es su hijo.
Nunca se nos muestra como meta o destino final sino que, desde su sonrisa nos ayuda a acercarnos a intentar vivir a su hijo.
Sonríe y ello hace que uno se encuentre cómodo a su lado.
Sonríe y ello hace que uno le escuche con atención para, siempre, estar aprendiendo.
Por ello es que uno la imagina con una mano tendida permanentemente.
Una mano de la que uno puede aferrarse con total confianza puesto que, lo sabe, siempre nos conduce a “lo mejor”
Su mano siempre está dispuesta a brindarnos una caricia colmada de ternura.
Caricia que cura nuestras heridas, caricia que nos hace saber no estamos solos.
Caricia que nos impulsa a continuar con nuestra entrega o a renovar nuestros compromisos.
Caricias que nos alientan a actuar con delicadeza y calidez humana.
Esa calidez que nos muestra cuando nos presta su hombro para que depositemos nuestras desilusiones o nuestros cansancios.
Esa calidez que nos regala cuando podemos apoyarnos en su hombro para, simplemente, quedemos en silencio o dejemos algunas pocas palabras que nos alivian y reconfortan a ser pronunciadas.
María no puede ser una figura que dejamos encuadrada en algún retablo sino que es una figura que, desbordante de humanidad, nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida.
María es, al menos para mí, un alguien que, plena de vida y actualidad, revolotea en lo cotidiano para que ello sea oportunidad de encuentro con Jesús.
Por ello es que prefiero, desde una realidad muy humana, acercarme a la figura de María, experimentarla amiga y dejarle me ayude a ser mejor persona.
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