lunes 16 de junio, 2025
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Fin de un tiempo

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Avisos judiaciales

Por el Padre Martín Ponce De León
Poco a poco la liturgia de la Iglesia católica nos va llevando al fin de un tiempo y comienzo de otro. Poco a poco va terminando el “tiempo Pascual” para ir dejando paso al “tiempo ordinario”.
Ello no es otra cosa que una cuestión de calendario ya que la vida cristiana no puede regirse por “tiempos”. La vida cristiana es una cuestión de actitud ante la vida misma.
La vida cristiana consiste en asumir la propuesta vital del “Jesús de los evangelios” e intentarla hacerla propia para compartirla con los demás.
Es intentar asumir a Jesús y ello no se rige por tiempos sino por disponibilidad y búsqueda constante de coherencia.
Es evidente que “los tiempos” que nos presenta la liturgia nos son de ayuda necesaria para poder crecer en comunión con la persona de Jesús que nos relatan los evangelios.
Es una única persona a la que debemos ir descubriendo y asimilando para que nuestra razón de cristianos tenga verdad y sentido.
Para las primeras comunidades cristianas el hecho de la crucifixión de Jesús era una realidad muy difícil de asumir y de plantear, por más que fuese una realidad imposible de ocultar. La muerte de Jesús en la cruz era aceptar el fracaso de su propuesta y la aceptación de una propuesta imposible de aceptar. Luego le dieron un carácter redentor que no tenía mucho de unión con a vida de ese Jesús que compartían y con el que, muchos de ellos, habían convivido.
Con el paso del tiempo fueron englobando todo desde la visión del amor cercano de Dios que se hacía visible en todos los momentos de su vida. Desde allí la muerte en la cruz adquiere una visión que está muy lejos de ser un fracaso o un algo del que avergonzarse. Imposible no ver la muerte en cruz como un acto voluntario de amor y generosa solidaridad.
Toda la vida, incluida la muerte, de Jesús no puede verse fuera de un canto al amor de un Dios cercano que celebra lo mejor y más digno para sus hijos. Es un Dios amoroso que se humaniza y dignifica la condición humana con la entrega total del Hijo.
Para que pudieses pasar de los recuerdos de lo compartido al amor de lo enseñado se hizo necesaria la irrupción del Espíritu de Dios. No es un tiempo que deja atrás a otro tiempo, sino la culminación de una experiencia vital que, aún, continúa dándose hoy.
El Jesús del evangelio nos muestra a un Dios cercano que sale al encuentro de los más necesitados y ello lo encontramos desde el comienzo de la vida pública allí relatada. No encontramos a una persona que se esconde o se refugia en la seguridad de un templo, sino que toma la iniciativa de ir al encuentro de los más necesitado y, ellos eran, según el lenguaje de aquel tiempo, los más pecadores porque los más marginados.
El Jesús del evangelio es un alguien que ama y desde su amor por los demás libera y dignifica. No es un alguien aferrado a ritos sino un alguien portador de una buena noticia que, desde la libertad de los encuentros, hace saber dignos, porque personas, a quienes le solicitaban una ayuda.
El Jesús del evangelio no es un algo que debemos saber, sino un alguien a quien debemos intentar, sin perder nuestra originalidad, hacer vida que se comparte desde lo cotidiano.
Los tiempos que se nos invitan a celebrar no son otra cosa que ayudas para hacer nosotros a ese Jesús que debe ser la razón fundamental de nuestra realidad de cristianos inmersos en el hoy.