martes 15 de julio, 2025
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Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Avisos judiaciales

Por el Padre Martín Ponce De León
Según el relato evangélico de Mateo, Jesús envía a sus discípulos con una tarea bien clara para su misión y dicho envío es, por demás llamativo y cuestionador.
Es un envío que lo único que tiene, de carácter puramente “religioso” es la solicitud de que “proclamen el Reino de los cielos”. La “religiosidad” del envío se realiza en la tarea de dignificar al otro como ser humano. “Curen enfermos, resuciten muertos, alivien las penas y los sufrimientos” de quienes encuentren.
Esta propuesta de Jesús aún conserva su vigencia puesto que nadie, formalmente, la ha derogado, por más que, en los hechos, no la tengamos como prioridad.
Con el paso del tiempo nos hemos quedado con la proclamación del Reino y nos hemos olvidado o la postergamos a la necesidad de estar cerca de los demás para ayudarles a que sepan seres dignos desde su condición de personas.
Parecería que lo verdaderamente importante es hacer que se conozca el Reino de los cielos y, por ello, en ello gastamos nuestros esfuerzos y nuestro tiempo. Cuando, únicamente, hablamos de las cosas que hacen a la vida del otro, nos parece estamos perdiendo el tiempo o malgastamos oportunidades. Cuando hablamos de “las cosas de Dios” nos quedamos con la satisfacción de haber aprovechado la oportunidad para cumplir con el mandato evangélico. Según el relato de Mateo debería ser a la inversa.
Jesús nos quiere que, como testigos suyos, seamos cercanos a la vida de los demás y ello nos hace interesarnos e involucrarnos en lo que hace a sus vidas y ello es nuestra forma de decir del Dios de Jesús que nunca se desinteresa de nuestra vida.
A Dios le importa nuestra vida en toda su manifestación. No se limita a nuestra postura religiosa. Le importa seamos buenas personas, puesto que, de lo contrario, jamás podremos ser buenos cristianos.
Nuestra principal tarea consiste en ser felices. Ser felices con el hecho de estar vivos, ser felices ante la realidad de ser como somos, ser felices al saber podemos querer a los que queremos y de sabernos queridos por quienes nos quieren, ser felices de poder pintar de colores a nuestros sueños y de saber que en tal tarea no estamos solos.
Solamente quienes se saben y viven felices pueden, con su sola presencia, ayudar a otros a que también lo sean. La felicidad no es una ciencia que se adquiere, sino que es una actitud que se adquiere y comparte con los demás.
La felicidad no se comparte con frases que deben tenerse en cuenta o con recetas propias de textos de auto ayuda, es una postura ante la vida que se contagia desde todo lo que uno es y hace cercanía con los demás.
Resulta, casi una contradicción, proclamar la buena noticia del Reino de los cielos, sin felicidad personal o sin la cercanía que denota interés e involucramiento. También resulta contradictorio el hacer de nuestro testimonio de la buena noticia de Jesús algo tan solemne o sofisticado que resulte un algo lejano de la inmensa mayoría o no diga nada al común de la gente.
Ser enviados es una grata responsabilidad que se debe compartir con alegría, sencillez, humanidad y sentido común desde lo que uno es y, por lo tanto, sin deseos de imposición o búsqueda de poder.
No se es testigo enviado buscando imponer una postura religiosa, sino que se comparte desde la certeza y la convicción de que no se posee nada más valedero y gratificante que lo que uno, humildemente, es.
Saberse enviado por Jesús es intentar ayudar a otros a que valoren su vida, su presencia en el hoy y, así, ayuden a otros a que intenten ser mejores personas porque constructores de un mundo más humano porque más fraterno.