Por el Padre Martín Ponce de León
Aquellos primeros integrantes del movimiento comenzado en Jesús no tenían un nombre concreto.
Eran “Los del camino”, “Los de la fracción del pan”, “Los del pez”, “Los del Nazareno”
Eran nombres con que se identificaban diversas comunidades.
En un lugar, despectivamente, comenzaron a llamarlos “Cristianos”
Fueron los integrantes de aquella comunidad (Antioquía) quienes decidieron quitarle las connotaciones despectivas y comenzar a identificarse con aquella denominación.
Poco a poco, diversas comunidades se identificaron con aquella denominación y la misma se prolonga hasta nuestro hoy.
Una realidad identificadora fue el signo del pez.
Aún no cultivaban el signo de la cruz como identidad.
Era muy difícil poder hacer entender que la cruz no era un signo de fracaso y desprecio sino de un lugar que Jesús había colmado de amor, de entrega y liberación.
No hace mucho conversaba con una joven y algo llamó mi atención.
En un determinado momento de la conversación levantó un brazo y allí se podía apreciar, tatuado, el signo del pez.
Casi como distraídamente le pregunto por el significado de aquel pequeño tatuaje.
Con toda naturalidad me dijo: “Es el signo de los primeros cristianos”
Aquel signo no proclamaba una religión sino un estilo de vida.
Aquel signo no decía de rituales establecidos sino del intento de la continuidad de lo realizado por Jesús.
De Jesús tenían recuerdos muy frescos ya que muchos de ellos recibieron al mismo desde el directo testimonio de quienes habían compartido con Él.
Recibían palabras y hechos pero, fundamentalmente, actitudes propias de Jesús para asimilarlas y prolongarlas.
Por el reconocimiento y proclamación de Jesús como “Cristo” y por el empeño de intentar vivir algunas actitudes como Él fue que recibieron el nombre de “Cristianos”.
El pez no hacía otra cosa que recordar algunas de aquellas actitudes.
Era compartir en un plano de igualdad y fraternidad.
Era salir al encuentro de los necesitados para saciar sus necesidades.
Era integrar para hacer sonreír a quienes se sentían excluidos.
Era dar nuevas oportunidades a los que es sistema político- religioso había marginado.
Era mantener viva la memoria de Jesús.
En aquel tiempo no se vivía con mentalidad de institución sino con el desafío de prolongar a la persona de Jesús vivo.
Era el testimonio de una persona con todo lo que ello implica de muy difícil.
No es fácil testimoniar a alguien que no se es. Ello implica mucho empeño.
No es fácil poseer tanta fuerza testimonial como para que los demás no se queden en quien testifica sino que lleguen al testificado.
Se necesita mucho coraje como para tatuarse un signo tan particular y tan desafiante.
Hacer tal cosa es mucho más que una proclamación de fe.
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