Por el Padre Martín Ponce De León
La lluvia continúa empeñada en jugar a los amagues.
Las tormentas se arman, las miradas esperanzadas se dirigen hacia el cielo, pero pasan dejando a su paso unas muy pocas gotas.
Tan pocas que al llegar a la tierra, caliente y sedienta, no dejan huellas de su presencia.
El calor, durante el día, se hace sentir con fuerza.
Pese a ello se nota un inusual movimiento por las calles.
La gente anda mirando vidrieras y ausente al notorio calor.
Es evidente que se aproxima Navidad y ello implica gastos extras.
Es evidente que se aproxima Navidad y ello conlleva una serie de situaciones distintas.
Resulta casi imposible poder encontrar un día donde no se ofrezca alguna actividad.
Sí, Navidad es un tiempo de celebraciones.
Cada celebración requiere de encuentros y Navidad no es un algo ajeno a ello.
Pero hay un encuentro al que, muchas veces, no le prestamos la debida atención.
Es el encuentro con el verdadero protagonista de la Navidad.
Navidad no es comercio ni eventos colmados de bullicio y comidas. Navidad es el encuentro con el amor de Dios hecho persona que irrumpe en nuestra historia.
Navidad es el encuentro que permite crecer el amor.
Es un encuentro tan sencillo y frágil como puede ser un niño recién nacido.
Es un encuentro tan delicado y tierno como puede serlo un niño recién nacido.
Navidad es experimentar que Dios pone en nuestros brazos a su hijo recién nacido para que, desde lo que somos, le cuidemos y ayudemos a crecer.
Ayudarlo a crecer es compartirlo con los demás porque Cristo crece en la medida que somos capaces de brindarlo a los demás.
Cuidarlo es hacerlo vida para que con lo que somos lo rodeemos de lo mejor de nosotros.
Pero el crecimiento y el cuidado solamente tienen sentido en la medida que lo hagamos vida en nuestra vida.
Dios no nos lo confía para que encerremos en algún templo ni para que lo envolvamos de ritos o fórmulas seguras.
Dios nos lo confía para que, en todo lo que hagamos, podamos sentir que Él está acompañándonos.
Lo cuidamos porque somos muy conscientes de que lo podemos extraviar entre tantos rostros que hacen a nuestra historia personal.
Lo hacemos crecer para que nunca lo perdamos de vista o nada nos impida tenerle ante nuestra mirada.
Celebrar Navidad es una gozosa responsabilidad que asumimos para con Dios. La de cuidar a ese niño que Él nos confía.
Por eso, los relatos evangélicos, nos hablan de Navidad con sencillez y pastores, con misterio y seres muy comunes, con fe y vivencias humanas.
Navidad es mucho más que una simple celebración religiosa. Es un estilo de vida que comienza a ser, es una propuesta de vida que espera nuestra respuesta.
Navidad se acerca y todo nuestro ser no puede dejar de esperar como quien espera la ansiada y necesaria lluvia.
No podemos dejar de esperar poder contar con la ayuda de Dios para poder cumplir con nuestra tarea.
No podemos dejar de esperar estar lúcidos para poder ser portadores de los valores de Navidad a quienes Dios ponga en nuestro camino.
Navidad se acerca y debemos tener el corazón disponible para poder recibir la irrupción del amor.
Navidad se acerca y con cuidados preparamos los brazos de nuestra historia personal para recibir a ese niño que se nos ha de confiar.
Navidad se acerca y nos preparamos para ese encuentro que nos ha de cambiar la vida porque nos resulta imposible ocultar la sonrisa que la dicha despierta en nosotros.
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