Por Cary de los Santos Guibert.
En 1870 Salto soñaba con su primer tranvía. Apenas era un caserío en torno a la actual Plaza de los Treinta y Tres, cuando Luis Revuelta propuso tender rieles desde el puerto hasta la estación del ferrocarril. El proyecto no prosperó, pero marcó el inicio del deseo de modernizar la ciudad. En 1873 la Sociedad del Tranvía de Salto, presidida por Alfredo Trianón, llegó a colocar algunos rieles y un único vagón, que la crisis del «año terrible» de 1875 dejó abandonado.
LOS RIPERTS DE LOS SALTEÑOS
En 1894 los empresarios Testa y Picción, dueños de una fábrica de carruajes y pompas fúnebres, implementaron los riperts. Tenían cuatro ruedas bajas, los asientos de extremo a extremo del vehículo, con entradas laterales y cortinas de gruesas lonas. Unían la Plaza Nueva (hoy Artigas) con el paseo «18 de Julio». La familia salteña acudía allí en busca de esparcimiento.
A la iniciativa se sumó Gerónimo Simonelli, quien instaló el «Prado Salteño» en el Cerro. Más tarde, el Ripert de Lino Rada unió el «centro» con el Pueblo Nuevo y las playas, funcionando hasta la gran huelga de 1920.
EL TRANVÍA DE CABALLOS
En 1899, el alemán Juan Nicolás Shunch concretó lo que durante 26 años había sido solo un anhelo. Las líneas de tranvía cruzaban la calle Uruguay y llegaban hasta el cementerio y el hipódromo. Las campanas anunciaban su paso entre carruajes y peatones. El tranvía acompañó el crecimiento de la ciudad hasta su desaparición definitiva en 1930.
EL FIN DE UNA ERA
El tranvía fue testigo del romanticismo salteño: serenatas bajo la luna, aromas de azahar, damas con sombrillas y caballeros que cedían el asiento. Con su desaparición se apagó un eco de ciudad cortés y soñadora, donde el progreso viajaba sobre rieles.
Fotografía: Tranvía circulando frente al edificio de la J.E.A. (oficinas centrales de Intendencia de Salto), mientras dos “chinas” cruzan el adoquinado.