Por Pablo Vela
La reciente conferencia de prensa de Marcelo Malaquina sobre el Parque Agroindustrial y Tecnológico no fue simplemente una exposición de ideas; fue una hoja de ruta hacia un futuro más sostenible en términos laborales para el departamento. En tiempos donde la automatización y la inteligencia artificial amenazan con redefinir (o incluso eliminar) cientos de empleos tradicionales, escuchar propuestas concretas sobre cómo generar nuevas fuentes de trabajo es, cuando menos, alentador.
Malaquina no solo habló de empleos, habló de oportunidades. Habló de talento local, de jóvenes capacitados que no necesitan emigrar para encontrar su lugar en el mundo, porque su lugar puede (y debe) construirse aquí. Y en esa visión, el Parque en el que se trabaja desde hace muchos años, con modificaciones en sus metas, objetivos de mediano plazos, etc., se erige como epicentro de innovación, capacitación y desarrollo productivo.
Una de las ideas más poderosas expuestas fue la necesidad de articular el conocimiento académico con la iniciativa privada. Esa sinergia, bien gestionada, tiene el potencial de traducirse en empleo genuino, en proyectos sustentables y en una economía local fortalecida.
Sin embargo, las palabras deben ir seguidas de acciones. Las buenas intenciones no bastan si no hay políticas claras, incentivos concretos y un compromiso real (por parte de todos los sectores) con el desarrollo.
Lo más valioso de la propuesta de Malaquina es que no se queda en la teoría. Se mencionan posibles alianzas con instituciones educativas, organismos internacionales y el sector privado, lo cual habla de una gestión con visión a largo plazo.
Por supuesto, toda gran idea necesita del compromiso político y social para concretarse. Los discursos inspiran, pero lo que transforma son las decisiones. Y en este caso, si el proyecto avanza, estaríamos frente a una verdadera política de desarrollo territorial, con potencial para frenar el despoblamiento rural, generar empleos de calidad y fomentar el arraigo.
Malaquina retoma un proyecto querido desde hace tiempo: el Parque Agroindustrial impulsado originalmente por su padre, Eduardo Malaquina, en 2003, pero que hasta ahora no logró cristalizarse completamente. Hoy, gracias a un marco legal vigente desde 2019 que otorga beneficios fiscales a parques industriales, científicos y tecnológicos, surgen nuevas condiciones para atraer inversión privada y superar desafíos geográficos como la distancia de Salto con el centro del país.
La inversión privada se convierte en llave maestra del plan. La construcción de un parque orientado al agro y a la industria, con una robusta apuesta tecnológica, permitiría no solo procesar localmente los recursos que hoy exportamos como materia prima, sino también crear puestos de trabajo estables, capacitados y mejor remunerados.
La inclusión de un componente tecnológico se alinea con ese propósito. No se trata solo de establecer naves industriales: se trata de articular productores, emprendedores, técnicos e investigadores. Un parque híbrido que permita incubar ideas, desarrollar productos procesados y exportables, y capacitar profesionales para el mundo del mañana. Así se cambiaría la matriz productiva de Salto desde la base, combinando lo agroindustrial con lo científico y tecnológico, bajo una lógica que coloca al agente privado en el centro, evitando la interferencia política que ha entorpecido iniciativas previas.
En términos de generación de empleo, el impacto puede ser multiplicador: empleo formal en industrias, en servicios logísticos, en tecnología aplicada, en educación y formación, en gestión. Todo ello en comunión con la inserción de Salto en mercados nacionales e internacionales.
Salto tiene la oportunidad de dar un salto real. El Parque Agroindustrial y Tecnológico puede actuar como catalizador de un nuevo ciclo económico, uno que no dependa solo de nuestras exportaciones tradicionales, sino de nuestra capacidad agregada, conectada y con visión de futuro. Solo falta dar el paso con convicción.
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