sábado 23 de noviembre, 2024
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Homilías

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce de León.
Sé que Dios no me ha dado el don de la palabra. Sé lo mucho que me cuesta hablar. No porque sea un negado para hablar, sino que debo superar esa natural resistencia a manifestarme palabras mediante. Cuando debo pararme delante de la comunidad simplemente comparto lo que la Palabra de Dios me dice. Me hablo, aunque lo haga en voz alta y ante los demás. En los días de alguna festividad suelo escribir, allí me siento más cómodo, y comparto lo escrito. En oportunidades uno debe asistir a lo que otro dice. Debo confesar que me resisto a escuchar (por más que, tal vez, algunas veces lo he realizado), las veces en que, con las propias palabras, se vuelve a relatar lo que se acaba de escuchar. Considero que ello es una falta de respeto para con los que escuchan. Parecería como que se partiese de la premisa de que se está ante un grupo de negados incapaces de entender lo que se ha leído. Hay veces que uno escucha y no puede dar crédito a lo que me escucha decir. Luego de muchas frases sueltas e inconexas uno se queda esperando, aunque más no sea, una idea suelta, aunque la misma sea conocida. Parecería como que todo se limita a un ocupar el tiempo y no desconozco haberlo hecho. Hay veces que las palabras del cura ocupan tanto espacio que, sin duda, se vuelven lo más importante de la eucaristía. Generalmente es mucho tiempo, con mucho contenido, pero imposibles de abarcar en su totalidad. Conozco un colega que suelen, las eucaristías que preside, durar una hora y cuarto ya que habla unos cuarenta y cinco minutos. Sin duda que sus palabras son lo más importantes de dichas eucaristías. ¿Pueden serlo? Hay veces que uno escucha con verdadero placer lo que se comparte. Es alguna idea que se comparte con palabras sencillas y bien dichas. Es alguna idea que se comparte desde la vida y con resonancias vitales. Es alguna idea que se va desarrollando y profundizando. No dudo en aceptar que existen esos seres a quienes Dios ha dado el don de la palabra. Pero, también, existen esos seres que se desesperan por hablar. Entiendo que el uso de la palabra es un algo que debería mostrar nuestro sentido común. Hay quienes poseen tanto sentido común que suelen pedirle a otro que hablen por ellos, cuando esto es posible. Hay quienes poseen el sentido común de asumir que lo suyo no son las palabras y, por lo tanto, no abusan de ellos. Hay quienes poseen el sentido común de respetar al auditorio circunstancial y brindan lo mejor de ellos mismos ayudando al crecimiento de la comunidad. Pero hay otros que… También están esos que uno queda con ganas de continuar escuchando. Hace un tiempo una persona me manifestó: “No hagas más cuentos porque la gente se acuerda del cuento y no de lo que uno dice”. Simplemente agradecí la observación y le expresé que ello no hacía otra cosa que hacernos saber que debíamos mejorar lo que hablamos. Quiere decir que la razón del cuento no llega a ser tan elocuente como para que uno lo recuerde. Por otra parte, esto lleva a que uno siempre tenga la tentación de ir a lo más simple y no a exigirnos un poco más. Por respeto a quienes no tienen más remedio que escucharnos, debemos, siempre, exigirnos un poco más. No podemos menospreciar a quienes deben escucharnos. Nuestras palabras los tienen a ellos como razón de las mismas. Pero ello lo debemos hacer sin olvidarnos que las mismas no son otra cosa que una parte secundaria de la eucaristía.