martes 23 de abril, 2024
  • 8 am

La columna infiltrada

“Desde muy chico fui asiduo a las carpetas de la timba”

La semana pasada contamos en esta sección un pasaje extraído del libro “Confesiones y arrepentimientos” del periodista y escritor César Di Candia, que cuenta muchas situaciones vividas por el ex diputado nacionalista Guani “Alma” Dos Santos, y prometimos para hoy una nueva anécdota:
-Desde muy joven fui asiduo a las carpetas de la timba. Ellas me dieron mucha experiencia. Hay gente que no lo entiende, pero uno se va templando en esos ambientes, madura rápido. Los que se crían en cunas de oro, que no conocen nada de la vida, son apenas fragmentos de seres humanos. Yo era un niño despierto, vivo, inteligente, rápido. En la calle hay que aprender a subsistir porque si no uno la queda. A los dieciséis años ya tenía mujeres.
-Concurría mucho al bajo, supongo.
-¿Qué si concurría? Era dueño de un cabaret. Tenía buena pinta, era ligero, guapo y simpático. La dueña simpatizaba conmigo y bueno… usted me entiende. Era medio gigolocito. Tenga presente que me crié en la calle solito, sin padre y sin madre y en un medio bien complicado. También era loco por la timba.
-¿Qué clase de timba?
Monte, gofo, lo que fuera. Y no solamente en los lugares clandestinos, también en el Club Uruguay. Me aceptaban ya a los quince o dieciséis porque ya tenía clase. En el pueblo tenía fama bien ganada de jugador experto.
-No entiendo un detalle. ¿Para jugar fuerte en esos lugares, hay que disponer de cierto poderío económico y usted me dijo que no tenía dinero?
-La plata la hacía jugando al casín. Tenía una habilidad extraordinaria para manejar los tacos de billar. Apostaba y ganaba casi siempre. Con el producido, me iba a las timbas de monte. El juego me dominaba totalmente. Llegué hasta perder el traje.
-¿Cómo fue ese episodio?
-Todo el pueblo de Artigas lo sabe. Y los giles que quieran criticarme cuando lean esto, deben primero tener las vivencias que tuve yo. Soy un ser realizado a mí manera y tengo el orgullo de contar esto. Un día en un partido de casín había perdido todo el dinero, me jugué mi único traje y también lo perdí (se ríe a carcajadas). El que me ganó se llama Tito Olivera y todavía anda por ahí, medio en la llaga, porque la vida del calavera es así, cuando a uno le toca la bajadita no hay quien la pare. Yo no terminé así porque tuve mucha suerte. Eso es lo importante del ser humano, sobrevivir pasándola bien como hice yo.
-¿Tuvo que salir desnudo del boliche?
-No. Porque los jugadores somos personas de honor. Se lo entregué después.
-Yo pensaba que esas cosas solo ocurrían en las novelas. Me estoy acordando de Vadinho en “Doña Flor y sus dos maridos.
-¡Es que yo soy peor que Vadinho! Y todavía no le conté de la vez que me jugué un Mercedes Benz.
-Eso me cuesta creerlo.
-Va a ver. En el año 80 me dio por los caballos de carrera y dejé la profesión durante 5 años. Viví todo ese tiempo de los pingos. Fui dueño de Ardiles, un famoso caballo a quien en Montevideo corría solamente Walter Báez. Con él disputamos cantidad de pencas en el interior y en el extranjero, en lugares donde circula muchísimo dinero. Hasta lo llevé a Carazinho en Río Grande do sul, que es la cuna de la timba, el lugar donde se juega más fuerte en toda América.
-¿Ahí fue donde se jugó el Mercedes?
-Nada de eso. Fue en Tala, departamento de Canelones. Yo había estudiado muy bien los lugares de la campaña donde se juagaba más dinero. En Tala había montones de canarios con mucha plata y entre ellos estaban los dueños de Juancho, un caballito que decían era invencible. Esto no se lo debería decir, pero se lo voy a contar en haras de la sinceridad. En la primera carrera que formalizamos entre Ardiles y Juancho, yo “bombié” a mí caballo. Eso quiere decir que lo eché para atrás. Y paralelamente jugué a su favor dos mil dólares.
-¿Para qué?
-Para ensartar a la gente como que Ud. que no sabe nada (se ríe a carcajadas). Fue para hacer bien el papel de ignorante, de bobeta. Cuando uno es bandido, debe ser bandido de veras. Le hice dar a mí caballo varios baldes de agua y una “pichicata” tipo dormidera. Le aclaro que soy partidario del doping. En el interior, en el Brasil todos utilizan, así que si uno no lo hace peca por nabo. Lo mejor es acompañar. Con dormidera y todo, Ardiles casi gana. Luego de perder aquél dinero me hice el embroncado, el triste y traté de atar una revancha por veinte mil dólares, lo cual era una fortuna. Para que tenga una idea del valor de los dólares en el año ochenta y uno, mi mujer que era Fiscal Letrada ganaba doscientos dólares. Yo no tenía plata ni de dónde sacar. Entonces resolví mandar vender mi Mercedes cero Km. Por Eudoro Lerena a Santa Lucía donde había un interesado. Siempre tuve debilidad por los Mercedes Benz. El que tengo ahora es una belleza. Juntamos todo lo que teníamos en el Banco del Litoral, que era la totalidad de nuestros ahorros, y le sumé la venta del auto. Yo no tenía miedo de perder la carrera, le tenía más miedo a mi mujer que tenía mucho carácter. Ardiles ganó lejísimo, por veinte cuerpos y me hice de un capital divino. Vivimos cuatro o cinco años con lo que me dio ese caballo. Catorce carreras al hilo ganó entre el ochenta y uno y el ochenta y dos. Me lo había elegido Jorge Batlle, junto a Milton Díaz y a mi hermano Osvaldo Dos Santos, es justicia reconocerlo… Con las ganancias de Ardiles compré una casa en Punta Gorda, en la calle Coímbra que después se la vendí en doscientos mil dólares a un intendente de Rivera de la época de la dictadura, de apellido Gutiérrez.


Datos extraídos de selección de entrevistas de César Di Candia
publicado por diario El País.