Los perros de armando: Un amigo olvidado

Armando Guglielmone.
Adiestrador canino, educador etólogo.
Especialista en problemas de conducta.
Contacto: 098 539 682
El perro ha empezado a ser considerado un amigo, un compañero en época muy reciente, curiosamente cuando sus aptitudes para una determinada función, ya sea el pastoreo o la caza, se han visto superadas por el creciente número de perros que no tienen otra finalidad que la de ofrecer compañía. Se podría argumentar que se trata de un proceso lógico que tiene su origen en el incremento de la preocupación por el bienestar de los animales. Nada más falso. Esta sigue siendo la actitud mental de una minoría. En el surgimiento de esta estima por el perro ha tenido mucho que ver nuestro egoísmo. Solo cuando la incomunicación y la soledad han hecho presa en el hombre de la ciudad, hemos vuelto los ojos en torno nuestro y allí estaba el perro, fiel y dócil, ofreciéndonos su compañía desde hace miles de años.
El perro, precisamente porque solo es utilizado, se convierte en una caja de resonancia en lo social o personal. Hasta hace algunos años se tenía un perro porque cumplía una determinada labor, hoy para muchos es solo un objeto. Federico Cuvier decía: “El perro es la conquista más notable, la más completa, la más útil que el hombre hizo jamás”.
EL PERRO EN
LA ANTIGUEDAD
Si tomamos en cuenta que nuestra moral religiosa es heredera de la judía y nuestra cultura heredera de la griega vemos que en estas dos no se veía o trataba bien al perro. En el mundo hebreo el perro es un animal despreciable. Dice la Biblia, Deuteronomio: No lleves a la casa de Yavé, tu Dios, merced de prostituta ni de perro; Reyes: Jazael le dijo:¿Qué es tu siervo?¿cómo este perro podría llevar acabo hazañas tan grandes? Salmos: también los perros se atropellan contra mi; una bandada de malvados me rodea; Job: más ahora se ríen de mi los que son mas jóvenes que yo, a cuyos padres ni me dignaba mezclar entre mis perros; Proverbios: como el perro vuelve a su vomito así el necio su necedad repite; Mateo: no deis lo santo a los perros; Isaias: sus guardianes son todos ciegos, sin inteligencia, perros todos, que no saben ladrar…perros voraces, insaciables; Filipenses: guardaos de los perros…de los falsos circuncisos; Apocalipsis: fuera los perros, los envenenadores, los fornicadores, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y hace la mentira.
Tampoco los griegos tenían en demasiada estima al perro y aunque Alcibíades pasease con su perro con un collar de oro macizo al cuello, tampoco allí la llevaban muy bien. Platón blasfemaba “ma ton kyna”(¡por el perro!). Helena dolida por haber provocado la Guerra de Troya se llama a si misma ”kyon” (perra). Con igual desprecio e idéntico insulto Iris, hermana de las Arpías, habla de Atenea y Hera lo hace de Artemis. Como “kynos” (perras) son designadas las sirvientes de la casa de Ulises. Kynikoi, perros, caninos o cínicos que lo mismo era, son apodados los seguidores de Diógenes por su mordacidad y desvergüenza, y es sabido que los corintios colocaron un perro sobre la tumba del filósofo. En el juego de los dados un mal tiro era llamado tener un “kyon” (perro).
En los años que en España llamaban perro a todo el que era moro o judío por el simple hecho de su raza, los árabes hispanos empleaban el término “kalb” (perro)como afrenta para referirse a los cristianos. Se dice que grave debió ser el pecado del perro para ser tan poco estimado a pesar de los grandes favores que nos ha deparado. Capaz la respuesta este en una fábula de Fedro, escritor satírico, esclavo liberto de Augusto. “Cansados de su miseria los perros aspiraron a gozar de los mismos privilegios que los hombres y se dispusieron a enviar una delegación a Zeus, el dios todopoderoso, que le exigiese tales reivindicaciones. Los perros designados acudieron alborozados al Olimpo, más al ver a Zeus blandiendo los rayos de la justicia, se ensuciaron atemorizados sobre los mármoles de la residencia divina. Aquello encolerizó a Zeus, que les castigó a sufrir mayores penalidades. No contentándose con el resultado de la gestión, nombraron los perros nuevos delegados, les atiborraron de esencias aromáticas y con un buen corcho trataron de evitar nuevos accidentes. Por ello aún hoy en día cuando dos perros se encuentran lo primero que hacen es olisquearse el trasero, con la esperanza de saber si se trata de un delegado que regresa del Olimpo con la buena noticia de haberle concedido Zeus sus peticiones”.
Nuestro refranero es buen ejemplo de la falta de estima popular del perro. Es triste que el animal paradigma de la fidelidad, haya dado pie al refrán: ¿quieres que te siga el perro? dale un hueso. Ni siquiera es seguro que el hombre domesticase al perro. Todo hace pensar que fue el perro quien se acercó voluntariamente. Sin duda le atraían los restos de su comida, aunque mas que esto seguramente buscó el calor del fuego que este proveía, el fuego seduce y abriga al perro, basta verles dormitar al pie de la chimenea hogareña. Para ganarse un sitio junto a los humanos y gozar del calor de sus hogares debió emplear el perro aquello que Berganza en “El coloquio de los perros” decía ser fórmula segura para hacerse agradable al amo, la humildad, porque “la humildad es la base y fundamento de todas las virtudes y la que de los enemigos hace amigos”. Solo el hombre ha sido un lobo con el hombre. En la balanza, el fiel se inclina a favor del perro.