Por el Padre Martín
Ponce de León
Nuestro ser cristianos no pasa por ser fieles devotos sino por lograr ser testigos coherentes.
Testigos coherentes de la presencia viva de Jesús entre nosotros hoy.
Estamos llamados a ser testigos de un ser que está vivo y, por lo tanto, de un ser al que no podemos inventar sino que debemos saber descubrir.
Debemos saber descubrir su presencia y sus valores para poderlos continuar desde nosotros con lo que cada uno es.
No se nos pide otra cosa que no sea, desde lo que cada uno es, el poder vivir lo que descubrimos Jesús nos muestra de sí.
No somos llamados a enseñar sino a compartir.
No somos llamados a “buscar clientes” sino a permitir que alguien se sepa persona digna.
Nuestro ser de testigos es poder compartir con los demás esos valores que dicen de cercanía, escucha, respeto, disponibilidad o valores semejantes.
Nuestro ser de testigos no pasa por enseñar a los demás sino a tener un corazón abierto para aprender escuchando y atendiendo.
Escuchar y atender como pese a las muchas dificultades es posible sonreír.
Escuchar y atender como pese a las muchas limitaciones se puede brindar una mano solidaria.
Escuchar y atender como pese a los problemas particulares es posible hacerse un tiempo para los demás.
Dios no nos elige como testigos de su hijo porque ya no tengamos limitaciones sino para que estemos dispuestos a dejarnos ayudar y así aprender.
Somos testigos desde nuestra condición de personas con limitaciones y, por ello, con necesidades.
La necesidad de ser mejores, la necesidad de superar límites, la necesidad de ser útiles.
No somos testigos porque tengamos todo claro sino porque necesitamos aprender a ser un algo mejores.
Ser testigos es un largo proceso que nos hace saber en constante búsqueda.
Buscar la libertad que nos hace auténticos.
Buscar la libertad que nos permite esbozos de coherencia.
Buscar la libertad que nos enseña a agradecer por sobre todas las cosas y a valorar lo que hoy somos y tenemos.
Buscar la libertad que nos conduce a brindar lo mejor de nosotros mismos que siempre es algo de Él.
Cuando buscamos y hacemos de ello nuestra razón de vida lo nuestro se transforma en testimonio.
Nuestro ser de testigos no es con elocuentes palabras sino con un estilo de vida espontáneo y alegre.
Es evidente que es mucho más sencillo hacer del testimonio una cuestión de transmitir verdades que hemos aprendido o frases que sabemos de memoria y responden a posibles situaciones. Ello no nos involucra y el verdadero testimonio comienza con involucrarnos con lo esencial de ese ser al que queremos testimoniar.
Para ello necesitamos conocer a Jesús ya que es Él a quien debemos testimoniar.
Conocer no es saber sino vivirlo para compartirlo de la mejor manera posible.
Conocer es descubrirlo, asimilarlo y transmitirlo desde lo que cada uno es.
Conocer es buscarlo aunque, en oportunidades, sintamos necesitamos ser ayudados a descubrirlo. Ser ayudados que no es decir que se nos impongan verdades sino que se nos brinden instrumentos que nos ayuden a buscar.
Sin lugar a dudas que en esta búsqueda nos habremos de equivocar en muchas oportunidades pero es mejor equivocarnos por buscar que no hacerlo por limitarnos a repetir lo que se nos enseña.
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