viernes 22 de noviembre, 2024
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Hablar con Dios

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín
Ponce de León
En los relatos evangélicos se nos señala a Jesús en reiteradas oportunidades retirándose para, en soledad, hablar con Dios.
En oportunidades, antes del algún signo, habla con su Padre Dios. No lo hace con fórmulas establecidas sino con espontaneidad.
En nuestra vivencia cristiana nos han enseñado que tenemos muchas oraciones (según las circunstancias) que nos permiten hablar con Dios. Tanto nos han inculcado esa experiencia que son muchas las personas que han limitado su hablar con dios a recitar fórmulas.
Rezar es hablar con Dios. Hablar es manifestar con fonemas nuestra realidad interior.
En oportunidades “hablamos” sin la necesidad de fonemas puesto que elevamos nuestra realidad interior a pensamientos o sentires que nos hacen hablar. En oportunidades manifestamos nuestros deseos, sentimientos, experiencias, necesidades o cosas semejantes.
No podemos, ni tenemos, para hablar, fórmulas pre-fabricadas o ya establecidas. Sin dudas que las oraciones – fórmulas nos pueden ayudar a tener una familiaridad con Dios, pero, sin duda, no puede ni debe ser la única manera de hablarle.
Hablar con Dios debe ser nuestra manera de presentarle, con nuestras palabras, aquello que hace a nuestro existir. Con nadie hablamos desde fórmulas pre establecidas sino que lo hacemos desde la espontaneidad de quienes somos.
Si esto nos sucede para con los demás ¿por qué deberá ser distinto para con Dios? A él no le importa la manera que tengamos de hablarle sino que le importa, mucho más, que lo sepamos tan cercano como para que le compartamos lo que sucede.
Rezar es compartirle a Dios lo que nos acontece. Compartirle con nuestras palabras, con nuestro lenguaje y con nuestra manera de manifestarnos normalmente. A él le importa la confianza que, como Padre, podamos experimentar con él.
Hablar con Dios es un acto de cercanía y confianza. A un alguien cercano y al que le tenemos confianza no lo tratamos con fórmulas o de manera solemne sino que lo hacemos con naturalidad y espontaneidad.
A Dios le hablamos para compartirle nuestros sueños, expresándole nuestras dificultades, planteándole nuestras incertidumbres, relatándole nuestros temores o dudas, contándole nuestras vivencias o manifestándole nuestra gratitud. Si, sin duda, a Dios le hablamos con nuestra vida y con la realidad de lo que vivimos. Le hablamos de nuestras búsquedas, de nuestros errores, de nuestras necesidades y de nuestras certezas.
Toda nuestra vida es una manera de hablar con él aunque muchas veces no lo lleguemos a formular en palabras. Lo que vivimos y nuestra experiencia es una forma de hablar con él. Hablar con Dios es mucho más sencillo y simple de lo que solemos pensar o hacer.
Rezar no es una cuestión de memoria. Lo complicamos porque le quitamos espontaneidad y vivencias.
La fe es esa experiencia personal de Dios compartiendo todo lo nuestro y por ello rezar no es otra cosa que participarle a él de todo lo que nos toca vivir.