
Por Daniel Spinelli
Una fría mañana de julio la comunidad católica de Salto recibía la mala noticia sobre la muerte del Padre Emilio. Sacerdote italiano, nacido en Bérgamo, pero decía sentirse tan uruguayo en relación al amor que sentía por este país. Ghidotti llegó de su Italia natal como un joven seminarista a cumplir una misión de experiencia que le permitieran tomar contacto con otras realidades muy diferentes a las que había en Italia. Unos años en Uruguay, le bastaron para enamorarse de esta tierra y decidir quedarse para siempre. Un hombre como cualquier otro, con errores y con virtudes, pero que en su investidura de sacerdote no cabe ninguna duda que -como dice el Papa Francisco- fue un cura con olor a oveja.
JUNTO A LOS ENFERMOS
Ghidotti era un cura sencillo, humilde, pero colérico y enérgico como todo italiano. Su obra en Salto marcó sin dudas un antes y un después en la vida de la iglesia, merced a su capacidad para generar un vínculo muy especial con la gente. Cada mañana, se lo veía con su boina recorrer el CTI del Hospital y los sanatorios acompañando a quienes estaban en el dolor de la recuperación y necesitaban fuerzas. Llevaba consigo un crucifijo de madera con el que daba la unción a los más enfermos pidiendo por su paz y tranquilidad. A otros les bendecía y colocaba su crucifijo en la frente, logrando que más de uno lograra recuperarse. Ese mismo crucifijo quedó en Salto cuando él se fue a Italia y es testimonio claro de una posible canonización que en algún momento tomó impulso.
SU OBRA
Las nuevas generaciones no conocieron al Padre Emilio, pero seguramente han visto que a la izquierda del edificio de la Curia, una placa instalada al mes de su muerte recuerda su fuerte presencia en la comunidad de Salto. Emilio colaboró y ayudó a muchas familias en situación de vulnerabilidad, restauró el templo de la Catedral, fundó el Hogar de las Madres (para mamás que tienen a sus hijos en CTI) y fue uno de los máximos coordinadores de la visita del Papa Juan Pablo II a Salto en mayo de 1988. El contagio de su fervor a Cristo llegó a tanta gente que la Catedral desbordaba los fines de semana sobre todo de jóvenes.
LA ENFERMEDAD QUE SE LO LLEVÓ
Lamentablemente una artritis reumatoidea lo comenzó a aquejar a tal punto que poco a poco su movilidad se fue reduciendo en medio de fuertes dolores y malestar. Los médicos que lo atendían resolvieron que lo mejor era llevarlo a su Italia natal, para que pudiera estar acompañado de su familia en su convalecencia. Y así fue que una mañana partió hacia Montevideo, para luego en avión llegar a su Bérgamo natal.
La misa de despedida del Padre Emilio fue una de las celebraciones más multitudinarias jamás vistas en la historia de Salto. La Catedral desbordaba y todos querían apretar su mano. Salto se despidió. A la mañana siguiente –antes de su partida- un grupo de amigos se instaló afuera de la Curia y entonaron “Las Mañanitas” un momento de mucha emoción y mezcla de alegría para dar su último adiós al sacerdote.
UN LEGADO QUE PERDURA
A 20 años de su muerte, quienes conocieron a Emilio seguramente guardan gratos recuerdos de un hombre que con sus errores y sus aciertos, fue parte de un histórico período de la Iglesia Católica en Salto donde el compromiso de la gente era parte del contagio de este sacerdote cuya vida valió la pena.