sábado 21 de septiembre, 2024
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Especialista considera que los límites configuran un mapa de ruta “esencial” para el desarrollo infantil

Por Melisa Ferradini.
En la crianza de los niños, establecer límites es una de las tareas más cruciales que enfrentan los padres. Aunque a menudo se percibe como una restricción, en realidad, poner límites es un acto de amor que promueve un desarrollo emocional saludable. En un mundo donde la conexión y la empatía son esenciales, los límites ayudan a los niños a entender sus propias emociones y a relacionarse con los demás de manera más efectiva. Al aprender a respetar las reglas y las normas, los pequeños no solo desarrollan una adecuada autoestima, sino que también adquieren herramientas clave para enfrentar los desafíos de la vida cotidiana. Claudia Grassi es Psicóloga egresada de la UCU, Universidad Católica del Uruguay. En esta entrevista con CAMBIO le consultamos que son los límites, cómo y cuándo implantarlos y llevarlos a cabo con éxito.
UN MAPA DE RUTA
El tema de los límites en los niños es fundamental. Primero, es importante entender en qué consisten los límites y qué función cumplen en el desarrollo infantil. Los límites son como un mapa de ruta que los padres, en su rol de educadores, deben compartir y transferir a sus hijos. Este mapa de ruta, según el momento en la etapa del desarrollo evolutivo en que se encuentra el niño, puede sufrir modificaciones. Por ejemplo, cuando el niño es recién nacido, este mapa de ruta tiene como finalidad orientar y contener al bebé. Se apoya en rutinas como el baño, la alimentación, la hora de jugar y las actividades de estimulación. Es crucial establecer horarios para la higiene y la alimentación, así como las condiciones adecuadas para que estos momentos tengan características específicas. Por ejemplo, es importante mantener una secuencia: a determinada hora, tomar el pecho o alimentarse; a otra hora, comer fruta o almorzar; y preparar el lugar para dar el almuerzo cuando el niño comience con las papillas. Asimismo, se debe seguir un orden en la higiene, como el momento de cambiar los pañales.
RUTINAS
Las rutinas deben instrumentarse de manera que, por ejemplo, la hora del sueño sea más o menos constante. Se recomienda crear un ambiente de tranquilidad en casa, reducir los ruidos y, si es posible, incluir un baño de relajación. Todo esto le indica al niño que se acerca la hora de dormir. De esta manera enseñamos que existe un orden a lo largo del día que se apoya en las necesidades vitales; dicho orden se transforma en una rutina de atención y cuidados promoviendo una sensación de bienestar y seguridad en el niño.
MARCANDO LOS LÍMITES
En estas distintas actividades, ya estamos marcando límites. La psicóloga describe que estamos mostrando al niño, a través de su vivencia, que existe un momento para cada cosa. Ese mapa de ruta que muestra qué puede hacer y qué no le transmite al niño mucha seguridad. Lo orienta en aquellas actividades, en aquellos espacios que puede ir conquistando y en cierta medida le permite sentirse protegido y cuidado para evitar, digamos, situaciones de peligro, que el niño todavía no conoce. En la medida que el niño va creciendo y su psicología se va volviendo más complejo, su cerebro va adquiriendo mayor madurez y por lo tanto va adquiriendo mayores funciones, funciones cognitivas, este mapa va teniendo como más detalle. Se va poniendo un poco más complejo acerca de lo que el niño puede o no puede hacer y el fundamento o la manera principal de transmitir esto para que el niño le quede claro, es siempre desde un lenguaje muy concreto con pocas palabras, siempre teniendo los papás y las mamás o el adulto referente, más o menos una idea de qué podemos esperar del niño según la etapa evolutiva en la que se encuentra.
CONCEPTO DE SECUENCIA
Este mapa tiene como finalidad que el niño pueda incorporar el concepto de secuencia, es decir una acción sigue a otra comprender la relación que existe entre la secuencia de acciones le ayuda a comprender que las acciones tienen consecuencias, entonces educamos desde la libertad y desde la responsabilidad. Donde estaría la libertad en la medida que el niño va incorporando, que por ejemplo si la mamá o el papá le dice que no toque la puerta del horno porque se puede quemar y se le explica una vez, se le explica o se le muestra el calor, etcétera, cuando el niño toca por ejemplo la puerta del horno y se quema más allá de curarlo, de acompañarlo, de calmarlo, el mensaje que tiene que seguir a eso es, bueno, mamá o papá te dijo que no toques ahí. Les vamos enseñando que nuestras acciones tienen consecuencias y que nosotros siempre tenemos la libertad a veces de manera más simple y a veces más compleja de elegir si vamos por un camino o por el otro, según el camino que vamos eligiendo son las consecuencias que luego tendremos que asumir, enfatiza. Aprender a reconocer las emociones, ayudar al niño/a a identificar qué le pasa, y qué siente antes de accionar por ejemplo en momentos de frustración; promueve una gestión adecuada de las emociones y un mejor desempeño vincular.

“Es necesario que el niño aprenda que sus acciones tienen consecuencias”

El niño en la etapa de los 2 años y medio a 3 años comienza a experimentar los berrinches. Por ejemplo, cuando va al supermercado, puede hacer un berrinche si no obtiene lo que desea. En una situación como esta, se podría decir: «Vamos al supermercado, y mamá, papá, la tía o el abuelo te comprarán algo, pero no caramelos ni dulces, porque te harán mal a la pancita. Si lloras, la próxima vez no podrás venir». Es probable que el niño haga el berrinche, y en la siguiente ocasión, los padres deben ser firmes: «Vamos al supermercado, pero tú no irás, porque recuerdas lo que te dijimos». De esta manera, se enseña al niño que sus acciones tienen consecuencias. Este proceso le ayuda a comprender que nuestras elecciones tienen repercusiones y que, a medida que va madurando, puede elegir qué opciones tomar en su vida. Esto contribuye a un desarrollo saludable y a formar una personalidad segura, haciendo que el niño tenga claridad sobre a dónde pertenece y qué se espera de él. Además, les permite establecer vínculos saludables a medida que crecen y maduran y desarrollar una comunicación asertiva. Les ayuda a conectar con su propio interior, lo que les permite pensar antes de actuar. Por ejemplo, pueden reflexionar: «Si falto al colegio, me castigarán y no podré jugar en la computadora que tanto me gusta». Así, deben decidir si faltan o asisten a clases. Los padres, como educadores, deben reiterar que si eligen un camino, enfrentarán ciertas consecuencias, y si eligen otro, enfrentarán otras.
EL TIEMPO DE LOS PADRES
Todo esto se vuelve cada vez más complejo a medida que el niño crece. A veces el proceso se desarrolla de manera fluida, y otras veces no tanto. medida que el niño crece, todo se vuelve más complejo. A veces el proceso es fluido, y otras veces puede ser más complicado. No siempre los padres tenemos el tiempo, la disponibilidad afectiva y la energía necesarias para detenernos y aplicar la consigna del límite como una forma de educar. En ocasiones, la reacción inmediata ante un error del niño o adolescente puede ser un castigo, lo que genera un conflicto. Sin embargo, este tipo de reacciones no son muy pedagógicas; a menudo son una descarga emocional del adulto frente a la impotencia por algo que el niño hizo y que, en cierta medida, le perjudicó. Por lo tanto, establecer límites a tiempo y educar desde el amor, la empatía y la firmeza es clave. Esto no solo previene problemas futuros, sino que también asegura un desarrollo saludable y contribuye a que los niños y niñas sean felices, permitiéndoles acceder a la realización y plenitud de sus vidas.