Por el Dr. César Suárez
Nuestro idioma tiene alrededor de 80.000 palabras, muchas de ellas denominan objetos y otras se refieren a conceptos que permiten la comunicación que asociada a gestos, expresiones corporales y actitudes nos permiten entender que podemos esperar de cada individuo conocido o que se desempeña en la cercanía y todo ese conjunto nos dará una perspectiva de que puedo emprender o planificar con esas demás personas.
Dentro de bosque de palabras que permiten la comunicación entre personas, algunas de las cuales encierran un concepto por sí mismas y otras que tienen que formar parte de una frase para adquirir un sentido.
Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra después se define como un adverbio de tiempo que denota posterioridad temporal, espacial o jerárquica. Cuando decimos o escuchamos la palabra después, no obliga a nada, siempre habrá tiempo para cumplir con la promesa porque después puede ser un plazo de aquí a la eternidad significa que no es ahora, que habrá que esperar y a pesar de ser un adverbio de tiempo, por sí sola no establece plazo, quedará pendiente y seguirá vigente la promesa hasta que se cumpla o no.
Por todo eso, no me gusta la palabra después, cuando es necesario resolver algo necesario, prefiero la palabra ahora.
Ahora, también es un adverbio de tiempo y significa, según la RAE, en este momento, en el tiempo actual.
Entonces no entiendo cuando alguien te dice, ahora, después, ¿en qué quedamos?
Pero cada uno tiene su modalidad y cada uno tiene sus estrategias para encarar sus rutinas, una modalidad de hacer tareas inherentes a sus necesidades y responsabilidades y de cada estrategia surge un resultado que puede ser excelente, normal o intrascendente o mixto de acuerdo a las circunstancias.
Lo cierto es, que en la práctica cotidiana, cualquiera puede reconocer a otra persona conocida por su aspecto físico y la identifica cada vez que la ve, la saluda a no, pero sabe bien de quien se trata porque la apariencia física suele ser coherente en el correr del tiempo y si bien se puede modificar con la edad, siempre conserva rasgos que la hacen reconocible para quien la conocía de antes, algo parecido suele suceder con la forma de comportarse o de ser de las personas, que suelen tener una coherencia tal que cualquiera termina por saber qué se puede esperar de la conducta de otro individuo y cuan confiable puede ser la expectativa con que cumpla determinada tarea.
Yo, como cualquiera, he tenido la experiencia de vincularme con cientos de personas en mi actividad cotidiana a través de mi vida y he emprendido numerosos proyectos en conjunto con otros y he aprendido, también, igual que cualquiera, a saber, quienes son las personas confiables en cumplir con determinados compromisos que me permitan encarar un proyecto de diferente envergadura y tener una perspectiva más o menos certera, pero cuando aparece la frase, dejemos para después, el grupo se va depurando porque vamos aprendiendo con quienes podemos contar y con quien no.
Cuando se intercala la palabra después, al que le toca esperar le altera su rutina y lo lamentable es que esa palabra después suele ser acompañada de una serie de argumentos que suelen ser no más que pretextos que intentan justificar la falla del compromiso.
Después lo hago, después voy, después te llamo por las promesas preferidas del jardinero, del electricista, del carpintero, el informático, el albañil, el sanitario.
Por suerte siempre me he podido rodear de gente que no pone excusas y que hace de la palabra ahora culto impostergable con los que casi inevitablemente, tendrán éxito los proyectos encarados cuando se cuenta con ellos.
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