Dr. Fulvio Gutiérrez
El rechazo al plebiscito de la seguridad social, el pasado 27 de octubre, echó por tierra la aspiración del Pit-Cnt y de algunos partidos integrantes del FA, de incluir en la Constitución de la República un articulado referido a la previsión social. La ciudadanía dijo NO, porque la votación a su favor, fue de tan solo el 38.9% de los votos emitidos, cuando la previsión constitucional exige el 50% más uno de esos votos.
La iniciativa fue una muy mala decisión de sus proponentes, que no contó con el apoyo político del FA quien, apretado por la presión de la petición, la complejidad del tema, y la muy mala redacción del proyecto, resolvió dejar en libertad de acción a sus votantes sobre ese tema. Y esta especial situación, que no es nada menor, determinó a continuación, una serie de incoherencias que se fueron agudizando a medida que transcurría el tiempo. Por eso lo del título, idas y vueltas que no son seguras.
Con el transcurso de los días, la polémica fue tomando forma y las argumentaciones, a favor y en contra, se fueron haciendo más duras y distantes. Los integrantes de la fórmula del FA, manifestaron su oposición a votar la reforma, al igual que los integrantes de las fórmulas de representantes de los partidos de la Coalición Republicana, lo que llevó a decir a más de uno, que era una reforma que no tenía apoyo político. Y tenían razón aún. Es más, un grupo de ciento doce técnicos de izquierda, publicaron una declaración en contra de la reforma, lo cual agravó la incoherencia a nivel de la oposición de izquierda.
Los temas en cuestión fueron varios, pero seguramente, uno de los que más se discutió, fue el artículo referido a la eliminación del ahorro individual con fines de previsión social, lo que significaba lisa y llanamente la eliminación de las AFAPs. Y eso fue una aberración. Esta afirmación tiene su lógica para la izquierda ortodoxa, que se niega rotundamente a la participación privada en materia de previsión social, por aquello de que todo debe estar dentro del Estado y nada fuera de él. Pero no la tiene para el ciudadano no ideologizado, que vio el peligro de que el Estado le quitara miles de millones de dólares que durante muchísimos años habían aportado a las AFAPs, y que, por gracia de una propuesta irresponsable, iban a pasar a engrosar el patrimonio del BPS. Era sin duda una expropiación “manu militari” sin derecho a indemnización. Algo absolutamente inaceptable.
Pero ahí no paró la cosa. El Jefe de Campaña de Orsi, Senador Alejandro Sánchez, reiteró a los medios de comunicación una idea que ya la había lanzado hace varios meses: las AFAPs “tienen una lógica muy perversa y hay que nacionalizarlas”. Eso fue una bomba. Desde el oficialismo salieron rápidamente a cuestionar esa posibilidad, exigiendo un desmentido. Como dijo el Senador Javier García, tal declaración fue “una enorme irresponsabilidad, que frena cualquier inversión y destruye la seguridad jurídica del Uruguay”. Sánchez se “apretó”, y dijo que lo que había dicho era en tono de ironía. Nadie le creyó, antes bien, todos dedujeron que, en verdad, eso era lo que realmente pensaba el FA, como un plan “b” si el plebiscito no salía. Y no salió. ¿Será el cangrejo debajo de la piedra? Alguien le preguntó al eventual Ministro de Economía del FA, Gabriel Oddone, su opinión. Y fue peor. Para colmo, dijo no entender qué significaba lo de nacionalizar las AFAPs, pero descartó su eliminación y afirmó que eso no va a ocurrir en el eventual gobierno del Yamandú Orsi. ¿Será? ¿Alguien le puede creer?
En definitiva, esta mayúscula irresponsabilidad del Pit-Cnt, trajo un sinfín de dudas, de incoherencias, y de sospechas sobre verdaderas intenciones de la izquierda. El 24 de noviembre, la ciudadanía uruguaya tiene la palabra. Hay que apoyar las decisiones claras, y rechazar las incoherencias, que solo traen inseguridades. Estas incoherencias están representadas por el candidato de izquierda Yamandú Orsi, que sin duda no da la talla para ocupar la presidencia de la República, no brinda seguridad en conocimientos que necesariamente debe tener para ocupar dicho cargo, ha sorprendido a propios y ajenos con sus razonamientos cantinflescos y hasta ridículos, y, en definitiva, no se lo puede considera apto para encabezar un gobierno.
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