
Uruguay se consolida como un referente internacional en el desarrollo de nuevas variedades cítricas, posicionándose a la vanguardia de la genética aplicada al sabor, la resistencia y la adaptación climática. La reciente visita de delegaciones técnicas provenientes de España, Italia, Perú y Chile al Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) ratifica el interés global por la innovación citrícola uruguaya.
Durante su paso por INIA Las Brujas y Salto Grande, los expertos extranjeros pudieron conocer de cerca el proceso de selección genética, la estrategia de mejoramiento y, especialmente, la calidad de las nuevas variedades desarrolladas por el país. Según el ingeniero agrónomo Fernando Rivas, investigador del instituto, el impacto fue contundente: «quedaron muy sorprendidos con todo el desarrollo varietal». El foco del programa no es únicamente agronómico: busca «generar competitividad genuina» a partir del componente genético, el cual, según subraya Rivas, «pesa muchísimo» en la proyección internacional del sector.
La estrategia de mejoramiento se adapta a las características de cada región del país. En el sur, el trabajo se orienta a obtener mandarinas de mejor tamaño y calibre, con buen color y resistencia a enfermedades, ideales para climas templados como los del centro de Italia o el norte de la Comunidad Valenciana. En tanto, en el norte, la búsqueda se alinea con condiciones agroclimáticas similares a las de Huelva, el sur de Italia o regiones como Palermo y Sicilia. Esta precisión en la adaptación permite proyectar variedades uruguayas a nichos específicos del mercado europeo con una propuesta altamente competitiva.
Uno de los pilares del avance ha sido la colaboración público-privada, consolidada en el Consorcio Citrícola, integrado por INIA y la Unión de Productores y Exportadores de Frutas del Uruguay (UPEFRUY). Este modelo fue presentado a las delegaciones como una experiencia de transformación estructural del sector citrícola, donde el trabajo conjunto «se construye sinérgicamente entre el sector público y el sector privado». Para Rivas, este enfoque «no solo genera interés, sino que demuestra que vamos en el buen camino».
El interés internacional tiene también una base práctica. Para países como Perú, donde predomina la producción de la mandarina Afourer, las variedades uruguayas ofrecen soluciones concretas a limitantes actuales como la falta de cambio de color y la vulnerabilidad sanitaria. En palabras de Rivas, las nuevas variedades «colorean muchísimo mejor que Afourer» y presentan una maduración más temprana, abriendo oportunidades para diversificar la oferta y ampliar las ventanas comerciales.
El programa genético uruguayo se apoya en criterios definidos por el consumidor. Aunque la facilidad de pelado sigue siendo determinante al momento de la compra, el sabor es el factor clave para la recompra. Con esta premisa, INIA ha desarrollado genética propia «totalmente novedosa para el mundo», con un foco central en mejorar la experiencia gustativa. La variedad parental «Brixy» ha sido fundamental en este proceso, generando descendientes con «un sabor espectacular, imponente» y posicionándose como eje del programa.
El trabajo se orienta hacia tres momentos estratégicos del calendario comercial. En primer lugar, las variedades precoces, que buscan adelantarse al ingreso de competidores como las Clemenules, con un muy buen color en su etapa temprana. En segundo lugar, las variedades de media estación, diseñadas para competir con la Nova, una mandarina reconocida por su sabor pero con debilidades significativas como la dificultad de pelado, la tendencia al «greening» fisiológico y su alta susceptibilidad a Alternaria, una enfermedad que incrementa los costos de control. En este segmento, INIA ha comenzado a liberar materiales como la variedad «Melba», destacada por su excelente sabor, buena pelabilidad y resistencia a enfermedades.
El tercer eje del programa -y el más ambicioso- está en el desarrollo de variedades ultra tardías, que representan el 50% del foco del mejoramiento genético actual. Estas variedades buscan una conservación prolongada en planta, tolerancia a enfermedades, buen color y, por sobre todo, un muy alto nivel de sabor, con valores de 16 o 17 grados Brix y una capacidad de conservación de 60 a 90 días. Según Rivas, esta genética está pensada para responder a las exigencias logísticas de mercados distantes como China, Tailandia o Indonesia, que requieren frutas que «aguanten 60 días de barco y de frío». Ya se han realizado los primeros envíos a clientes en Estados Unidos y Europa, con resultados calificados como «excelentes», y la demanda está creciendo sostenidamente.
Además, estas variedades permiten extender la recolección hasta octubre y conservar la fruta en cámara por tres o cuatro meses más, lo cual genera una extensión significativa de la zafra citrícola y un nuevo posicionamiento del país en el calendario global de exportación.
Respecto a la enfermedad HLB (Huanglongbing), considerada una de las más devastadoras para los cítricos, Rivas explicó que Uruguay aún está libre de su presencia. Esto, sin embargo, no limita el trabajo genético: la estrategia es exportar variedades a países donde la enfermedad es endémica, para evaluar su desempeño y seleccionar las más aptas para enfrentar ese tipo de entorno.