
Por Melisa Ferradini.
Salteña de nacimiento (1975), Inés Bortagaray ha construido una sólida y sensible trayectoria como escritora y guionista, cruzando fronteras con una obra que combina literatura y cine. Desde sus primeros relatos hasta los guiones premiados en festivales internacionales, su mirada se posa con agudeza sobre los vínculos humanos, las contradicciones cotidianas y las emociones sutiles que habitan nuestras vidas. Publico Ahora tendré que matarte, Prontos, listos, ya y Cuántas aventuras nos aguardan. Sus libros se han editado en Brasil, Bolivia, Chile, España y Estados Unidos. Su escritura combina humor, melancolía y una notable capacidad de observación de los vínculos familiares y personales. En diálogo con CAMBIO, Inés comparte su recorrido creativo, el modo en que lo autobiográfico se entrelaza con la ficción, y su forma de pensar la escritura como una experiencia íntima y colectiva a la vez.
-Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación, pero eligió el camino de la narrativa y el guion. ¿Cómo fue ese tránsito hacia la escritura creativa?
-Cuando fui a estudiar esa carrera a Montevideo, pensé que era el camino posible para hacer algo que me gustaba y quería mucho hacer: escribir. Escribo desde la infancia, y pensando en que sí o sí debía hacer una carrera universitaria, tal vez una posibilidad fuera acercarme a ese título haciendo algo que resultara cercano a la escritura. Pensé en estudiar periodismo, pero luego en la facultad encontré el cine, me hice socia de Cinemateca, y con un grupo de amigos muy queridos empezamos esa expedición. La escritura estaba ahí y los caminos se fueron cruzando naturalmente. Sus novelas Ahora tendré que matarte y Prontos, listos, ya son breves, pero profundamente potentes.
-¿Qué lugar ocupa lo cotidiano en su forma de narrar?
-Me atrae ese punto en que lo aparentemente menor se vuelve revelador: un gesto, una omisión, una frase a destiempo, el ridículo, los pequeños gestos de lo absurdo en la sordina del día a día. Lo cotidiano es toda una oportunidad renovada, renovable, para el ejercicio de la mirada. Creo que basta atender (auscultar, observar, escuchar) el mundo para encontrar ficciones.
-¿Cómo se construyen los vínculos familiares en su obra?
-Muchas veces hay tensión, ternura y también humor. Creo que lo familiar está hecho de eso: contradicción, cercanía, fricciones, secretos a voces, alianzas, versiones, desencuentros. Me gusta escribir con esa mixtura de afecto, incomodidad, desconcierto, necesidad y distancia. El humor aparece como forma de lidiar con lo irresuelto, como una grieta por donde se cuela algo de verdad.
-¿Qué diferencias siente entre escribir narrativa y escribir guiones para cine? ¿Qué desafíos se plantea cada formato?
-Cada lenguaje exige un modo distinto de mirar y de contar. La narrativa es incierta, sinuosa, ocasionalmente accidentada, solitaria, errática y también amateur. El guion, en mi caso, supone una apuesta profesional, suele implicar un trabajo en equipo y hay una noción muy presente de la historia que se quiere contar y un cierto dominio de ese ecosistema de argumento, personajes, conflictos, motivaciones, tiempo, espacio y recorrido.
-¿Cómo fue su experiencia como guionista en películas del cine rioplatense? ¿Qué aprendizajes le dejó el trabajo colectivo?
-Fue y sigue siendo una experiencia muy enriquecedora y muy encendida. He visto cómo crecen las ideas en los roces, o también cuando deben salvar ciertas resistencias, y cómo muchas veces la autoría se vuelve colectiva de una manera buena y justa. Tuve mucha suerte, también, porque he trabajado muchas veces con amigas y amigos que quiero y admiro mucho.
-Sus cuentos han sido incluidos en antologías que reúnen a grandes voces sudamericanas. ¿Cómo ve la narrativa breve hoy en Uruguay y en la región?
-Hay algo muy vivo en el cuento hoy. Se escribe con una sensibilidad atenta a lo fragmentario, lo contradictorio, tal vez, que veo en sintonía con el barullo de este tiempo.