La paciente cero
Por Andrés Merino
«La gente que es brutal cuando se ensaña.
La gente que es feroz cuando hace un mal».
(Infamia, Enrique Santos Discépolo).
Como siempre, los tangos de Discépolo, y ni qué hablar «Cambalache», tienen estricta vigencia; y en tiempos del Coronavirus, el tango «Infamia» retrata con justeza el linchamiento mediático que ha padecido la que llamaremos «Paciente Cero» uruguaya, a quien han convertido en un personaje casi tan legendario como Hernandarias.
Como, a esta altura, toda la galaxia lo sabe, una señora de Montevideo, diseñadora de modas, viajó a Madrid y Milán en plena eclosión de la enfermedad y contrajo el virus, el cual importó a nuestras costas. El resto de la historia se sabe hasta el hartazgo: el mismo día que regresa al país concurre a un casamiento de quinientos invitados y muy posiblemente haya dejado el tendal de contagiados.
La gente, que es brutal, utilizó la nueva herramienta de comunicación (las redes), para quemarla en una hoguera de chismes, reclamos, insultos, etc.
Si bien las redes son una plataforma sin odios ni amores, básicamente anodinas, el énfasis y dirección de su uso se lo da la gente, que es feroz, al decir de Discépolo.
Objetivamente, y según su relato vertido al sitio argentino Infobae, la buena señora las pasó bastante mal de salud en Europa entre enero y febrero, y mientras su entorno ardía por el contagio en el Viejo Continente; no se le cruzó por la cabeza el estar infectada por el virus.
Sí se le ocurrió mencionar en la nota que estaba haciendo negocios con gente de Versace; un chivo totalmente fuera de lugar.
Veamos: según sus declaraciones sufrió fiebre de 41 grados, suficiente para explotar un termómetro pero no para encender una mínima alarma en su entender! También experimentó complicaciones para respirar, etc.
Lo cierto es que padeció en su viaje y ya aliviada emprende la vuelta a Montevideo como si todo no hubiera pasado de un percance. Lamentablemente, aunque no haya sido su intención perjudicar a nadie, y creo que eso está fuera de discusión, no supo darse cuenta de que a su alrededor, tanto en Europa como en Uruguay, no se hablaba de otra cosa y las autoridades repetían sin cesar los síntomas que padecen quienes son sospechosos de haber sufrido contagio y tener la enfermedad en curso. De ninguna manera puede no darse por enterada.
La condena pública no se hizo esperar cuando se supo el accionar irresponsable de concurrir al bendito casamiento. Y dicha condena está justificada. Lo que no es justificable es el linchamiento mediático al que ha sido sometida.
La señora, para colmo de males, reaccionó mal asesorada sin dudas y ha intentado justificaciones y reparto de culpas, en vez de solicitar sinceras disculpas a través de las mismas redes que hoy la agreden. Es la única forma de bajar los decibeles en este caso, que después de todo, alguien puede llegar a considerar un ataque a la Salud Pública.
Y eso ya es navegar en aguas profundas.
Las discusiones e intercambios de culpas en ocasión de diferentes pestes no es nuevo a lo largo de la Historia. Por centenas de años los ingleses acusaron a sus vecinos galos de transmitirles el «Mal Francés» y viceversa. No hablaban de otra cosa que de la expansión de la sífilis en Europa, lamentablemente sin cura hasta la segunda mitad del Siglo XX. Hubiera sido muy interesante ubicar al Paciente Cero y a quienes visitaron su alcoba en el caso de la citada enfermedad venérea.
Y eso que no había redes.