De ciencia ficción
Por Andrés Merino
Hace ya un tiempo que la palabra «algoritmo» aparece intermitentemente en las noticias y comentarios a los que uno tiene acceso. Debo admitir que, debido a mi aversión natural a la Matemática, cuando ella aparece, simplemente la evito o paso por alto, no sea cosa que aquellos sudores fríos, consecuencia del terror a las pruebas de esa disciplina se me presenten nuevamente a esta altura de la vida.
Con el vertiginoso avance de la Tecnología, parece que es inevitable que los algoritmos aparezcan, como parte del engranaje que mueve los hilos de un mundo acelerado.
Me tomé por fin el modesto trabajo de buscar su definición y encontré que se llama algoritmo al conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas.
Hasta aquí la presentación de esta palabra que empecé a escucharla luego de muchos años relacionada al accionar de compañías a lo largo del mundo que asesoran a empresas y campañas electorales para buscar influir en el comportamiento de compradores o votantes, según sea el caso. Resulta que con el advenimiento de los teléfonos inteligentes, quienes saben hacerlo, tienen acceso a un número cada vez mayor de datos de cada uno de nosotros; los colectan, ordenan, los segmentan, los negocian y sus clientes (empresas, políticos en campaña, gobiernos, etc) terminan afinando la puntería al máximo a la hora de convencernos de algo.
Muy efectivo, asombroso, casi de Ciencia Ficción; pero a mi limitado entender, este uso de la información y las tecnologías aplicadas coliden en mucho con nuestras libertades individuales. Es, para mi gusto, un campo de batalla gris, con límites que se corren a diario.
Con la pandemia que padecemos, que cambiará sin dudas muchas cosas en el mundo, como cada crisis lo hace, está apareciendo, cada vez más insistentemente, la palabra «algoritmo», de la mano de tecnologías de seguimiento y vigilancia sanitarias, conducidas por diferentes gobiernos, siendo China la vanguardia de este fenómeno.
Es que en base a la ubicación de nuestros celulares inteligentes, combinada con diversas aplicaciones que se estimula su descarga y uso (en las cuales se puede hacer un seguimiento de síntomas, enfermedades preexistentes, etc), y la aplicación de algoritmos, se abre un sinfín de nuevas herramientas para combatir al enemigo invisible a nuestros ojos.
Seguramente con estos avances, más otros, las cadenas de contagio se corten, y hasta se eliminen. Mas, razonando acerca del lado oscuro que tienen todas las cosas, se acelera cada vez más la posibilidad de que los comunes seamos controlados crecientemente por lo que se llama Vigilancia Tecnológica, otra maravilla novedosa que en manos equivocadas puede ser nefasta.
Los avances, aunque se diseñen para ser utilizados para resolver crisis puntuales, llegan para quedarse. Veremos, una vez superado el trance que vive el mundo, quién y cómo hará uso de las tecnologías de información, invadiendo cada vez más nuestra maltrecha privacidad.
No me gustaría para nada, como imaginario ejemplo, que el Comando del Frente Amplio, en las próximas elecciones, supiera la aceleración de mi pulso y aumento de presión al ver aparecer a Carolina Cosse en TV hablando de lo oportuno de la construcción del Antel Arena, o a Mujica repitiendo su letanía «Educación, Educación, Educación».
Esa versión tecnológica de Gran Hermano sería seguramente muy incómoda, para ser suave.