viernes 26 de abril, 2024
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Emociones

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
La realidad interactúa con nuestro cerebro generando reacciones personales muy diversas a través de nuestros sentidos creando respuestas que “sacuden” todo nuestro ser y modifican en una escala muy variable a cada una de nuestras células, a veces en forma imperceptible y en otras ocasiones provocando reacciones que se materializan fisiológicamente de acuerdo a la interpretación que nuestros sentidos perciben vinculados a la sensibilidad de cada uno y a la carga histórica de acontecimientos recogidas en el trayecto de nuestra vida.
Cada sonido, cada imagen, cada sensación olfativa, cada percepción cutánea, cada cambio ambiental generan en todo nuestro ser una respuesta, una vibración, una remoción de recuerdos, un estímulo que nos generará tranquilidad, duda, temor, incertidumbre, alegría, enfado, indignación. Cada una de esas respuestas estará modelada por la personalidad de cada uno, de la forma de ser, de la genética personal, de la historia vivida, del impulso instantáneo, de espontaneidad cruda o de la reflexión serena cuando ya hemos aprendido.
Nuestros sentidos siempre están atentos aunque no lo parezca y cada estímulo general una emoción, en la mayoría de las ocasiones, casi intrascendentes y en ocasiones especiales nos mueven todas nuestras estructuras.
Pero no a todo el mundo un mismo acontecimiento le “pega” del mismo modo, cada uno tiene su estructura emocional y la respuesta estará relacionada al “botón” que toque.
Una misma frase escuchada puede a algunos emocionarlo hasta las lágrimas pero a otros les puede desencadenar indignación, enfado y a otros absoluta indiferencia, todo dependerá de la carga emocional impregnada en nuestro cerebro en nuestra historia anterior hasta ahora vivida.
Olores, sonidos, colores, luces van generando un caleidoscopio sensorial que se entrelazan aderezados con los recuerdos, con la experiencias antes vividas hasta generar un estado de ánimo, una forma de percibir que no sólo afecta a las emociones sino también cada trozo de nuestro organismo.
Un susto nos acelera la frecuencia cardíaca, una tensión emocional sostenida nos provoca contracturas dolorosas en las cervicales, una angustia persistente nos oprime el pecho o nos hace arder el estómago, un estado de tensión extrema nos hace transpirar.
El refranero popular siempre encuentra sentencias breves que sintetizan en pocas palabras conceptos que representan estados emocionales, “transpiraba como testigo falso”, sentencia que reconoce la acción de las emociones sobre la función orgánica que se desencadenan ante un riesgo inminente que promete consecuencias indescifrables.
Ante el sufrimiento emocional el organismo entero responde y también sufre y va dejando sus huellas indelebles al principio, pero el desgaste reiterado va erosionando la resistencia y como “la piola se corta por su parte más fina” el sufrimiento continuado va haciendo mella sobre el órgano más débil.
Cada enfermedad tiene sin dudas su impronta emocional, tanto como un componente trascendente en el origen de los síntomas como por la incertidumbre que la propia enfermedad genera en cada individuo y obviamente, para su respuesta no son suficientes las drogas que contienen los medicamentos, el paciente enfermo necesita mucho más que eso, sobre todo necesita una oreja que escuche en silencio, que pueda entender que no hay enfermedades, hay enfermos, que no hay pacientes, hay personas, que no hay síntomas sino historias que involucran a un ser completo con cuerpo y cerebro, que piensa, que transita por dudas, angustias, incertidumbres y que sufre más allá de los dolores.
Cada individuo es una coctelera de emociones que se expresan ante cada acontecimiento, cada individuo es un suceso permanente que se nutre de alimento, de aire de agua pero también de un espacio propio, de comprensión, de satisfacción, de reconocimiento, de afecto.
Cada uno es como es, cada uno es como ha sido, diferente uno de otro, para ser entendido hay que entender, para ser respetado hay que respetar, para ser querido hay que querer.