domingo 24 de noviembre, 2024
  • 8 am

Un trozo de luna

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Minervine

Por el Padre Martín Ponce De León
Estaba suficientemente grande como para resistirme a su invitación.
Sabía que en cualquier lugar de su superficie tendría espacio como para disfrutar.
Me perdería en aquella inmensa soledad donde solamente hay unas pocas huellas de los humanos.
Polvo y soledad. Piedras y luz abundante.
Era una invitación demasiado irresistible como para no acudir a ella.
Me senté en una esquina donde solamente había un trocito de luz.
Allí podía estar cómodamente sentado disfrutando todo un inmenso paisaje que se me ofrecía ante mi mirada.
No necesitaba de tapa boca, guantes o alcohol en gel. Allí no había coronavirus y no llegaban las noticias de la pandemia mundial.
Allí solamente había la inmensidad de un mundo donde se podía ver nuestro mundo en su casi totalidad.
Podía ver las luces de los hombres iluminando su noche y poco rato después podía ver al mundo de los hombres refugiados en una cuarentena sanitaria.
Estaban aquellos que podían comenzar a dejar atrás su prolongado encierro y salían en busca de espacio y aire nuevo.
Estaban aquellos que salían a caminar con sus hijos y disfrutaban de la prolongada sonrisa que se pintaba en sus rostros.
Estaban aquellos que aún vivían debiendo mirar al mundo desde detrás de los vidrios de alguna ventana.
Estaban aquellos, demasiados, que aún lloraban la pérdida de algún ser querido.
Desde allá podía ver al personal de la salud que envueltos en mil protecciones gastaban sus empeños en el afán de ser útiles y cuidar la vida de muchos.
Sí, desde allá tenía una visión de una realidad que nos ha tomado desprevenidos y no sabemos cómo enfrentarla debidamente.
Pero, también, veía esos muchos pequeños grupos humanos que se esforzaban por dar una respuesta a las tantas necesidades surgidas. No solucionaban el problema pero estaban cerca y brindaban lo que está a su alcance.
Mirando hacia abajo pude ver aquel rostro empeñado en mil tareas y sonriendo por poder saberse útil y brindándose nuevamente.
Su rostro, parecería, no sabe de cansancios ni de negarse a una tarea más.
Su andar con calma, dice de un caminar confiado, pleno de sensibilidad y encuentros, que dan sosiego y paz que reconforta .
Toda su vida ha sido un prolongado darse y ahora le veo continuando en dicha actitud.
Así como existen aquellos rostros que se han refugiado por miedo a un posible contagio existen rostros que se han prolongado en la tarea de brindarse ayudando.
Desde allá arriba puedo ver las más diversas conductas frente al momento que nos toca vivir. Ha permitido saliese lo mejor y lo peor del ser humano.
Las más asombrosas demostraciones del ser humano generoso y solidario y, también, las frecuentes manifestaciones de egoísmo e indiferencia. Todo apareció y se hizo palpable ante esta situación particular y especial.
Allá arriba, en ese trocito de luna donde estoy sentado, puedo formularme varios interrogantes de lo que hace a mi vida en este momento.
¿He hecho lo que estaba a mi alcance y debía?
¿Me he limitado a lo cómodo y seguro que venía realizando?
¿Debía hacer algo más y no lo hice?
¿Podía comprometerme a algo más y no lo supe hacer?
¿Podía hacer algo más y no me arriesgué lo necesario?
¿He sido solidario ante las necesidades del hoy?
Mientras la luna continúa su camino disfruto de su paz y un baño de cálido amor me invade para que vuelva a la realidad comprometido con un trozo de luna que me ha brindado tanto.