Por el Padre Martín Ponce De León
En muchas oportunidades, Jesús, se dedicaba a tener conversaciones con sus amigos.
En oportunidades eran conversaciones donde explicaba dichos o hechos y en oportunidades eran para compartir cosas más íntimas.
Tal vez para motivar la charla Jesús les pregunta que dice la gente de él.
Allí las respuestas surgen con fluidez y prisa. Mucho han escuchado decir sobre Jesús. Algunos de aquellos comentarios deben de haber despertado sonrisas o alguna carcajada. Se decían muchas y muy diversas cosas sobre Jesús.
Pero a Jesús tales opiniones no le interesaban. Era, únicamente, un pretexto para que la conversación se despertase por ello es que corta la charla y cambia la pregunta. “Y ustedes ¿quién dice que soy?”
Allí se profundizó un silencio. Desde allí las miradas se intercambiaron y alguno codeo al cercano para que respondiese. No era fácil encontrar una respuesta acertada.
No era para menos. Aquellos hombres no contaban ni con toda la historia ni con muchos escritos sobre Jesús.
Nos sucedería lo mismo si no fuese porque, hoy, podemos tener muchas frases hechas que podríamos decir.
Pero, Jesús, no quería frases hechas sino una respuesta desde lo vivencial.
Una respuesta construida desde nuestras propias manos con la que vamos esbozándola.
Es una respuesta que siempre se encuentra en proceso.
Nunca habremos de poder decir que hemos atinado a la respuesta correcta.
Es una respuesta con aciertos y errores. Encontramos razones para atinar una respuesta muy atinada y, por momentos, es apenas un balbuceo infantil.
Es una respuesta donde nuestras acciones hablan y dicen de lo que pretendemos.
Ellas son nuestra mejor respuesta puesto que, hoy, también nos continúa formulando aquella misma pregunta.
Le podremos lanzar muchas y bonitas frases hechas pero nos volverá a preguntar por nuestra respuesta que nunca es una frase hecha.
Nuestra respuesta deberá ser la totalidad de nuestra vida.
No desea nuestra respuesta de fórmulas o extraída de algún texto.
Desea y espera esa respuesta que, desde lo que somos y hacemos, en nuestra relación con Dios y con los demás.
Reitero que lo nuestro siempre habrá de ser una respuesta en progreso.
Jamás podemos decir ya hemos concluido con la respuesta que deseábamos brindar.
Jesús nunca tiene prisa en nuestra respuesta concluida. Siempre nos continúa brindando una nueva oportunidad para continuar redondeando nuestra respuesta.
No puede ser una respuesta cerrada y definitiva puesto que cada día nos ofrece nuevas oportunidades para crecer y así mejorar nuestra respuesta.
Constantemente estamos aprendiendo y ello no nos debe avergonzar sino que nos debe animar a continuar intentándolo.
Deberá ser una respuesta que comenzaremos a construir en la medida que nos animemos a salir a la intemperie y encontrarnos con una realidad que siempre posee algo para interpelarnos y que, desde allí, podamos ser auténticos.
Otro elemento que ayudará a nuestra respuesta es la capacidad de amor que podamos brindar desde lo que realizamos porque el amor debe ser condición infaltable en todo lo que hace y dice de Jesús.
Quisiéramos que nuestra respuesta pudiese ser mucho más sencilla pero ello no es lo que Él espera de nosotros y hasta nuestro último momento nos formulará la misma pregunta.
Deberá ser una respuesta que diga de una actitud vital y una postura ante la vida misma.
No es una reiteración porque no le agrade nuestra respuesta sino porque sabe tenemos realidades que nos pueden y deben continuar creciendo en nuestra capacidad de responder atinadamente.
Quién soy es una pregunta que solamente respondemos con lo que somos y hacemos.
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