martes 23 de abril, 2024
  • 8 am

Lo que nos afecta

Gisela Caram
Por

Gisela Caram

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Ps. Gisela Caram*
El relacionamiento con los otros, a veces, puede ser complicado, y provocar sufrimiento.
¿Quién no se ha sentido afectado porque no puede conectarse adecuadamente con otro?
Duele cuando se trata de amigos, compañeros de trabajo, entre hermanos, suegras, nueras, yernos y en la pareja, pero más duele cuando se da entre padres e hijos.
Las relaciones filiales, son complejas y singulares. No hay dos configuraciones iguales. La intensidad en las emociones con que se viven determinados vínculos, tiene su origen en la familia.
Podemos conversar de algunas generalidades, pero la singularidad de cada vínculo se trata y se lleva adelante desde la especificidad.
Cuando los hijos son chicos, quizás el grado de autoridad, de asimetría marcada, da a los padres cierta condición de poder sobre los hijos, que dependen aún de ellos y son los que generalmente ceden frente a sus padres.
En la adolescencia, se da la confrontación, que es ese intercambio de ideas, entre padres e hijos, que a veces, de acuerdo al carácter de unos y otros, puede ser más o menos agresivo.
La confrontación de la adolescencia debería vivirse como un tiempo saludable, de aceptación de las diferencias en los pensamientos y las ideas de unos y otros.
Es un proceso que surge cuando hay comunicación y cercanía afectiva; y es necesario este intercambio para el crecimiento de los hijos. Requiere un posicionamiento firme en los padres, ubicándose como adultos, brindando la seguridad que los hijos buscan.
Cuando los hijos se vuelven hombres y mujeres, es quizás de los momentos más complejos, si llegaron con resentimientos o remordimientos. Y está bueno sanar viejos rencores mientras los padres están vivos…
Cuando el diálogo no se generó, quedaron cosas en el tintero, cierto grado de autoritarismo en los padres, cosas que se viven sin olvido ni perdón, se gesta el resentimiento.
Este, es como un veneno, carcome por dentro hasta matar los sentimientos buenos, desprendiéndose solo emociones negativas como la ira, el rechazo, el silencio, el desencuentro, la distancia, el desprecio… y a veces, el otro no tiene idea por qué observa esto.
El silencio es violento, al no vehiculizar palabras, no aclara malestares, paraliza el vínculo, lo congela. No da lugar a intercambio ni posibilidad de reparar.
El distanciamiento verbal o físico voluntario entre dos, por resentimiento, es otra forma de empobrecer la vida de relación.
El privar a los padres de presencia, sobre todo cuando éstos son adultos mayores, solo alimenta una parte negativa de cada uno, intoxica el mundo interior y salpica otras relaciones.
La afectación puede devenir, cuando no se aceptan “diferencias”, “razones”, “modos” etcétera, del otro
Este malestar mal manejado, no procesado, lleva a pensamientos negativos, emociones que dirigen a acciones sin pensar, a decisiones mal tomadas…
A veces, el enojo por “eso que no quiero o no acepto”, desdibuja el dolor, enmascarándolo con emociones amargas, vengativas, ubicándose quien se siente dolido, como víctima.
Al sentirse víctima, la persona se siente en derecho de tomar represalias, a esto le llamamos: resentimiento.
Cuando no es posible tramitar esto, cuando no se puede olvidar ni perdonar, se pierde la libertad.
Esto también sucede con frecuencia, en las parejas, cuando al decidir separarse, divorciarse, una de las partes no acepta, y queda atrapado en la rabia por no ser querido por el otro.
Cuando después de un tiempo, no se puede aceptar la nueva realidad y se sigue reclamando, como si el otro fuera propiedad de uno, estaríamos frente a un tema de ceguera, donde no estaríamos viendo nuestra implicación y responsabilidad.
Pensar en el lugar donde nos ubicamos y no pudimos ver, y el lugar que ubicábamos al otro, es parte del proceso del duelo.
A veces, sin darnos cuenta, dispusimos del otro como si fuera propiedad nuestra, o una cosa, un “objeto”. Eso va desgastando lo que había entre los dos.
Salir de la ceguera, para sanar y seguir, es una ruta liberadora, no quedarse con nada, dejar ir y correrse del lugar de víctima.
Solo así, se puede vivir, de lo contrario, habría que elegir si de ese modo, ¿es vida?
*Especialista en Vínculos