viernes 26 de abril, 2024
  • 8 am

Disfrute o culpa

Gisela Caram
Por

Gisela Caram

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Ps. Gisela Caram*
Hay tratamientos psicológicos que curan, a través de la modificación de un aspecto importante de la personalidad.
Me voy a referir a la cura de conflictos, por angustias en relación al sentimiento de culpa.
Cuando la culpa aparece bajo el disfraz de “algún tipo” de depresión, o de “determinados” trastornos, el minucioso camino para desarticularla, está en el origen de los síntomas visibles, y es un hilado fino y dificultoso que no siempre se transita, por otro gran síntoma, la ansiedad.
En esta introducción en relación al sentimiento de culpa y la capacidad de disfrute, hay que valorar el equilibrio de todo el aparato psíquico. Las normas son necesarias para regular nuestras conductas. Pero regular no es controlar todo el tiempo, sino mantener un equilibrio.
La culpa se va orquestando en los primeros años de vida, cuando vamos incorporando las normas y reglas que los adultos nos trasmiten.
Esto es uno de los factores que influyen fuertemente en la relación CON UNO MISMO, que se tendrá a futuro.
-Dependerá si incorporamos las normas en forma natural o en forma sádica (esto es, en base a premios y castigos).
-Inciden en la construcción de la culpa, los ideales que tenemos desde la infancia, o lo que se espera de nosotros y/o lo que nosotros esperamos alcanzar.
-la autoobservación, la conciencia crítica de uno mismo, las comparaciones.
Cuantas personas crecieron escuchando ser comparadas con hermanos, primos, el vecino de al lado. Otros, que llegaban con el carné de la escuela felices por su nota y la respuesta de los padres era, “es lo que corresponde, estás para eso”, ni una valoración ni un reconocimiento, cuestiones que van quedando impresas en esa sensación del niño, “no soy suficiente”, “no soy bueno”, “podría haberlo hecho mejor”, “no me quieren lo suficiente”, etc., todas cuestiones que generan culpa y bajan la autoestima.
-Los juicios de valor del estilo “infracción” o “peyorativos” desde la más temprana edad, van haciendo que se sienta, que nada de lo que se hace, es suficiente, para los adultos referentes.
Puede que, en algunos niños, el nivel de exigencia quede incorporado, y siendo adultos, aunque ya no tengan la mirada de los “padres”, no puedan irse a dormir tranquilos, si no hicieron todo lo que sus mandatos internos le ordenan y acreditan que es “suficiente”.
A veces, para minimizar estas exigencias consigo mismo, y compensar el sentimiento de angustia, porque no se llegó al objetivo, las personas se auto-castigan, ¿cómo? No permitiéndose nada que les sea placentero.
He aquí una posible respuesta a una pregunta frecuente ¿por qué no puedo DISFRUTAR?
La base del disfrute se encuentra en la modificación de esta parte de uno mismo que siendo adulto, no se puede despojar de esos mandatos que quedaron tan internalizados, y que aún hoy, siendo adulto, sigue prendido de esas creencias irracionales, por ejemplo, “si me permito hacer tal cuestión que me gusta, soy malo o detestable, o no es legítimo, por tanto, no puedo estar feliz o contento haciendo tal cosa que me gusta o disfruto.
Hay un “espiar” permanente la conducta propia, de esa forma se castiga, se premia, se enjuicia, y se vive “estresado” también.
El vivir en un alto nivel de autoexigencia, provoca un alto nivel de estrés, y éste, enferma.
Uno no se da cuenta que no es saludable este formato, porque siente que está haciendo lo correcto, lo que le enseñaron.
Es la “mirada” de los otros que conviven, las que rescatan estas personalidades y suelen romper estos formatos.
La luz roja a veces se prende en la casa, porque los que están al lado no se sienten bien, a veces se nota en el trabajo.
A veces la culpa no tiene freno y tortura, contra esa parte hay que pelear, porque es peligrosa, es la que enferma.
Claro está que no toda depresión ni trastorno de personalidad tiene que ver con esto, pero cuando sí la tiene, los cambios en estos aspectos de la persona son un camino para liberar el deseo y el disfrute.
*Especialista en vínculos