Por Leonardo Vinci.
Artigas entendía muy relevante la defensa de los puertos, y creyó conveniente tener una marina mercante y una escuadrilla fluvial.
El 15 de noviembre de 1817, el prócer le envió una nota a Juan Murphy, Oficial del corsario «La Fortuna» con el sello de armas de la República, y es por ello que se considera creada a partir de ese momento la Armada Nacional.
Años después, se estableció nuestra marina de guerra bajo las órdenes de Pablo Zufriategui, quien combatiera junto a Artigas y los Treinta y Tres Orientales.
Durante los días de la Guerra Grande, la pequeña fuerza naval comandada por José Garibaldi capturó la Isla Martín García, tomando además Colonia y Gualeguaychú.
Para orgullo de la República, la Armada escribió sus páginas más gloriosas bajo el mando del Contralmirante Juan José Zorrilla el 9 de febrero de 1973, defendiendo las instituciones democráticas, atacadas por la horda militar azuzada por el Partido Comunista y la izquierda uruguaya.
En este noviembre, Zorrilla hubiera cumplido cien años.
Al frente de la Armada – en el convulsionado «febrero amargo», como lo describió Amílcar Vasconcellos – cuando el ejército se sublevó desconociendo la autoridad presidencial sacando los tanques a la calle, el Comandante sitió la Ciudad Vieja, ordenó partir la flota posicionándola frente a la capital, ofreciendo amparo al Presidente de la República.
El Dr. Julio María Sanguinetti ha escrito sobre el particular «Justo es evocar con respeto y admiración la figura de este militar que salvó la dignidad de la Institución y necesario, al mismo tiempo, recordar esos hechos tan reveladores, que a la distancia suelen desdibujarse para exonerar responsabilidades o inventar falsos heroísmos».
Mientras los fusileros navales se preparaban para combatir en defensa de la Constitución, el Frente Amplio y el propio General Seregni reclamaban la renuncia del Presidente y proclamaban la «interacción fecunda entre pueblo, gobierno y Fuerzas Armadas, para comenzar la reconstrucción de la patria en decadencia». Los voceros frentistas, diarios y dirigentes, divulgaban que «no es el dilema entre poder civil y poder militar, que la división es entre oligarquía y pueblo y que en este caben todos los militares patriotas».
También subrayó Sanguinetti que «Finalmente, el Presidente pactó con los sublevados, y el Comandante Zorrilla, en nombre de la paz, renunció a su mando «agotados todos los esfuerzos normales en pro de la legalidad». Su carta de renuncia, plena de dignidad y «lealtad al orden constitucional, orgullo y fuerza de nuestra República», termina diciendo: «Espero que cada uno de los actores de estos sucesos asuma su responsabilidad ante la historia».
Los pronunciamientos de las fuerzas de izquierda continuaron inequívocos en favor del golpe. En esos días, la CNT convocó a una movilización: «La única alternativa: oligarquía por un lado, civiles y militares por el otro». El Partido Comunista apoyó los comunicados castrenses, por contener «proposiciones de cambios que abarcan muchos de los problemas esenciales del país y cuya puesta en práctica abrirá perspectivas promisorias para sacarlo de la crisis».
A su vez, Juan Pablo Terra, líder demócrata-cristiano, decía que «los comunicados 4 y 7 han abierto una esperanza».
Hace pocas horas, en el Parlamento de la República se recordaron los 100 años del Partido Comunista, el que nunca ha dejado de apoyar a las feroces dictaduras cubana y venezolana.
Nadie discute que esa colectividad pagó un alto precio durante la dictadura, pero su respaldo al golpe de estado de febrero de 1973 es imposible de ocultar.
Nosotros, al igual que Sanguinetti – orgullosos de la conducta de Zorrilla – preferimos recordar su centésimo aniversario, destacando su último acto tras enviar la renuncia y despedirse de sus colaboradores en el Comando de la Armada, cuando tomó un pequeño libro de su escritorio y les dijo: «Este me lo llevo de recuerdo porque ya no lo van a precisar». Era la Constitución de la República.
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