miércoles 24 de abril, 2024
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40 años del plebiscito y la construcción permanente de la democracia

Pablo Mieres
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Pablo Mieres

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Por Pablo Mieres
El 30 de noviembre de 1980 quedó grabado a fuego en todos los uruguayos que, orgullosamente, expresamos en el obligado silencio de aquellos tiempos negros, nuestro profundo apego a la democracia como valor fundamental de nuestra convivencia social.
Hay recuerdos inolvidables de aquella jornada de enorme significación política.
El visible nerviosismo del entonces Ministro del Interior, el Gral. Manuel Núñez, cuando comienza a leer el comunicado sobre los resultados del Plebiscito, anticipó la gloriosa alegría de la derrota de la dictadura. En esos instantes inolvidables tomamos conciencia de que se había producido un episodio histórico, que en pocos segundos se confirmó con el reconocimiento expreso de las autoridades sobre el triunfo del NO.
Fue sobrecogedor el silencio victorioso de esa noche, en la que nadie podía salir a festejar, pero en la que cada quien en su casa festejaba con un orgullo incontenible, el freno a tantos años de prepotencia, represión, atropellos y falta de libertades.
El resultado del Plebiscito del 80 no fue un instante mágico y repentino. Fue la expresión de una acumulación política y cultural de larga duración que se había forjado en la construcción de nuestro país.
Es cierto que en el triste periplo de la crisis de los sesenta y comienzos de los setenta, los reflejos democráticos de buena parte del sistema político se habían debilitado y que en la opinión pública también se había afectado la adhesión democrática que había prevalecido durante décadas, haciendo a Uruguay una excepción en América Latina.
Pero no menos cierto es que, en la vida privada y en la clandestinidad, nuestro pueblo mantuvo una significativa convicción democrática expresada, como siempre, en la vinculación con los partidos políticos que permitió su expresión no bien surgió la primera oportunidad de expresión colectiva.
En efecto, la fuerte adhesión ciudadana al sistema de partidos y la fortaleza de estas organizaciones políticas, que la academia politológica ha caracterizado con acierto como “partidocentrismo”, son uno de los fundamentos de nuestra fortaleza democrática. Es más, las clasificaciones internacionales ubican a nuestro país entre las pocas democracias plenas del mundo.
Ahora bien, esta situación positiva, como todo, no se obtiene de una vez para siempre. Hay que esforzarse en cultivar y fortalecer los fundamentos de nuestra democracia de manera permanente y continua, trasmitiendo estas convicciones a las sucesivas generaciones.
La libertad de expresión, la trasmisión de los valores democráticos a través de nuestro sistema educativo, la promoción del pluralismo, de la tolerancia y del derecho a la discrepancia como parte de nuestra vida cotidiana, la transparencia de las reglas de juego y los procedimientos electorales y la preservación de la importancia de los partidos políticos como canales efectivos de las demandas ciudadanas, son los desafíos cruciales que tenemos que valorar y proteger.
La conmemoración de los cuarenta años de aquel pronunciamiento histórico debe ser motivo para la reafirmación de nuestras convicciones democráticas y de nuestro compromiso por defenderlas de manera incondicional.
Particularmente, hoy en día, en donde en diferentes partes del mundo han emergido liderazgos que cuestionan los valores democráticos o que impulsan modalidades de ejercicio del poder poco respetuosas de la pluralidad de ideas y de las reglas de juego electorales.
Lo cierto es que aquella gesta colectiva que se expresó en el voto silencioso por el NO ante la dictadura, inauguró el camino de recuperación democrática que se concretó cuatro años más tarde con la celebración de elecciones y el retorno de los representantes del pueblo al poder.
Celebrar el aniversario es volver a reafirmar nuestro compromiso con los valores más importantes de nuestra convivencia colectiva.