viernes 29 de marzo, 2024
  • 8 am

La corrupción

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
He oído hasta el cansancio la frase, “hecha la ley, hecha la trampa”, dos palabras conceptualmente opuestas que se junta en la mente del que quiere escapar de toda regla o por lo menos de alguna de ellas y que se debaten en una lucha perenne desde los más recónditos albores de la historia, gestoras de conflictos y luchas interminables entre los que hacen la ley y los que hacen la trampa, que no pocas veces suelen ser la misma persona o el mismo grupo de personas.
La ley es un punto de referencia y cada vez que se elabora suele comportarse como una frazada corta, tapa en un lado y destapa en otro, generando movimientos e interpretaciones tan diversas que ni siquiera el propio gestor jamás se las imaginó, haciendo que cada leguleyo transite por escabrosos caminos de vericuetos insondables, para que su cliente termine teniendo razón.
Es indudable que existe a nivel de toda la comunidad un apego a la ley, como una necesidad de tener un marco de referencia a través del cual poderse mover con cierto grado de seguridad, a la vez que las leyes se van adaptando a la realidad de cada momento con cierto atraso lógico derivado del tiempo que lleva constatar el problema, estudiarlo a fondo, aprobar e instrumentar la nueva ley.
Así como la mayoría de las personas se mueven dentro del marco de la ley, hay un grupo de gente que está decididamente confrontada con las reglas y hace de la trampa una forma de vida, ya sea por necesidad, por comodidad, por ambición y algunos hasta por convicción.
Cuando las leyes no se adaptan a la realidad de cada comunidad, terminan por perder el respeto de la gente y comenzamos por acercarnos al caos.
Nadie puede aducir ignorancia de la ley cuando se ha cometido una falta, pero, de todos modos, en un país democrático, los que están encargados de hacer cumplir las leyes, siempre actúan con flexibilidad con los ciudadanos sin antecedentes.
Quien actúa infligiendo la ley, está cometiendo delito punible que merecerá un castigo que va desde una pena pecuniaria hasta la restricción parcial o total de la libertad.
Así como existe la ley creada por los hombres, debe haber hombres encargados de hacer que esa ley se cumpla, colocados en lugares claves por las autoridades, con ese fin.
Quien, ocupando ese lugar, no cumpla con su deber, está cometiendo una falta, por lo menos de omisión y si deja de cumplir con su deber a cambio de un soborno, pecuniario o de otra clase, está cometiendo un acto de corrupción. Apartarse de su deber para recibir un benéfico a cambio.
Todo el mundo afirma que la corrupción es un mal que descompone a la sociedad, responsable de cuanta crisis afecta a cualquier comunidad y siempre que uno escucha hablar a toda la gente, quien quiera que sea, los corruptos son los demás, seres desconocidos o conocidos pero no amigos ni parientes.
Sin embargo, lamentablemente, uno puede comprobar todos los días y en todo lugar, actos de corrupción a todo nivel, desde el que recibe un beneficio para hacer la vista gorda donde debiera agudizarla hasta el que ofrece el soborno.
Corrupción es la estafa a alto nivel, quien, utilizando una posición privilegiada para vender favores, pero también son corrupción las pequeñas estafas, las coimas que se piden y se dan y los “arreglos” que permiten evadir ciertas responsabilidades, facilitadas por malos funcionarios que buscan el modo de arreglar los “papeles” a favor de uno o varios y en desmedro de quien a la postre termina siendo estafado.
Cuando la trampa a la ley y la corrupción se imponen en una sociedad, la confianza y la credibilidad pierden vigencia y el futuro de esa comunidad termina siendo nefasto, porque no hay dudas que, en gran medida, cada pueblo tiene el destino que se merece, que no es otro que el que ha sabido construir.