Por Leonardo Vinci.
Una periodista del Diario El País escribió sobre la «matanza de Salsipuedes» y mencionó además que en tal oportunidad «algunas mujeres y niños lograron escapar», dando a entender que hubo un verdadero exterminio
Ni una cosa ni la otra. Ni matanza ni exterminio.
Sobre Salsipuedes, señalemos que tras la orden de Lavalleja, debido los «excesos cometidos por los charrúas», se le dijo a Rivera «hay que proceder con mano de hierro…» ordenándole «para contenerlos en adelante y reducirlos a un estado de orden y al mismo tiempo escarmentarlos, se hace necesario que tome las providencias más activas y eficaces… Dejados estos malvados a sus inclinaciones naturales y no conociendo freno alguno que los contenga, se librarán sin recelo a la repetición de actos semejantes al que nos ocupa…».
Rivera buscó entendimientos por todos los medios a su alcance, incluso ordenando al Teniente Coronel Caballero tratar directamente con los indígenas. Este militar dijo haber hablado con los caciques Perú, Juan Pedro y Brun, los que prometieron «…no incomodar al vecindario ni hacerles daño alguno…»
Hasta llegó a reunirse personalmente con ellos, informándole a Lavalleja «He recibido en este campo hoy (10 de febrero) indios charrúas…»
Pero todo fue en vano.
Continuaron «las incursiones de los charrúas, (mediante) robos y asesinatos cometidos impunemente por los malvados que se abrigan de los montes y asperezas de la campaña…»
Ya siendo Presidente, a Rivera le correspondía «el mando superior de todas las fuerzas de mar y tierra» pero no podía «mandarlas en persona sin previo consentimiento de la Asamblea General» de acuerdo con la Constitución.
Por esa razón envió al Parlamento el siguiente mensaje- rara vez publicado- «Estándole especialmente encomendado al Presidente de la República el orden interior y hallándose éste perturbado por las hordas de salvajes y grupos de bandidos que infestan la campaña comprometiendo la seguridad de las propiedades y las personas de los vecinos de ella, de un modo que ya no es posible mirarlo con indiferencia sin contraer la más grave responsabilidad, el gobierno ha acordado que marche mañana mismo una División expedicionaria del número que sea posible de tropas del ejército y que el Presidente en persona salga a recorrer el Estado…»
A la una y media de la tarde, la Asamblea General concedió «al Presidente de la República el permiso que solicita para salir a la campaña mandando en persona la fuerza armada».
Marchó a «contenerlos… y reducirlos a un estado de orden» y con la esperanza de que no se perdiesen vidas le escribió a su amigo Julián Espinosa «La operación está casi hecha… ¡Ah! Qué glorioso será si se consigue sin que esta tierra tan privilegiada no se manchase con sangre humana.»
También le dijo a Espinosa «Los indios están como avispas, ellos conocen los males que han causado y temen que con justicia se tomen medidas para contenerlos».
Al igual que Artigas en circunstancias similares, seguramente debe haber ordenado a sus subalternos «que no hiciesen, ni menos la tropa, fuego ninguno, a no ser que (los indios) hiciesen armas, o no quisiesen entregarse».
Pero -según el parte oficial- «después de agotados todos los recursos de prudencia y humanidad; frustrados cuantos medios de templanza, conciliación y dádivas pudieron imaginarse para atraer la obediencia y la vida tranquila y regular a las indómitas tribus de los charrúas (…) siendo ya ridículo y efímero ejercitar por más tiempo la tolerancia y el sufrimiento, cuando por otra parte sus recientes y horribles crímenes exigían un ejemplar y severo castigo, se decidió a poner en ejecución el único medio que ya restaba, de sujetarlos por la fuerza. Más los salvajes (…), empeñaron una resistencia armada que fue preciso combatir…»
Eso fue lo que pasó en Salsipuedes.
(Continuará)
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