José Enrique Rodó y Fructuoso Rivera.
Por Leonardo Vinci.
El día del patrimonio es un evento cultural creado durante una presidencia del Dr. Sanguinetti, en el que se pueden visitar emblemáticos edificios estatales y valorar importantes obras inmateriales.
Este año, bajo el lema «Las ideas cambian al mundo» se homenajeó al autor de «Ariel», José Enrique Rodó a 150 años de su nacimiento.
Rodó no sólo fue un gran escritor, sino que se destacó en la vida política, especialmente como diputado del Partido Colorado, presentando proyectos de leyes relativos a la libertad de prensa, actuando como miembro informante en la discusión de la creación de los liceos departamentales y defendiendo con ardor la jornada laboral de 8 horas.
Una de las facetas poco conocidas de Rodó, fue su admiración por Fructuoso Rivera, de quien dijo en 1907 «En los preámbulos de esta epopeya de la libertad, como, antes, en el transcurso de la epopeya de la independencia, el vencedor de Guayabos, del Rincón, de Misiones, de Cagancha, se destaca con plástica marcialidad. Interesantísima figura; héroe epónimo de un período crepuscular de civilización y barbarie, con toda la complejidad de aptitudes que este doble ambiente requería: gaucho en el campo y patricio en la ciudad; astuto como un zorro y bravo como un león; tan liberal en el concepto de pródigo como en el de amigo de la libertad; conocedor del terreno del país sin que se le olvidase cerro ni cañada, y de las voluntades de los hombres sin que se le escapase gesto ni intención; patriarcalmente vinculado a su pueblo, desde las solemnidades de la vida doméstica hasta los grandes cuadros de la existencia colectiva, desde el padrinazgo de los óleos hasta la dirección de la batalla; mezcla de monarca electivo y de incoercible demagogo, de Juez libertador y de Caballero protector; y con la palabra que más típica y cabalmente lo caracteriza: caudillo.
Caudillo de los grandes, es decir, de los primitivos, de aquéllos de los tiempos genésicos en que ardía, como en el antro de los cíclopes, el fuego con que se forjan naciones, y en que las fronteras se movían sobre el suelo de América a modo de murallas desquiciadas. Éstos, éstos fueron los caudillos gloriosos.»
Agregaba Rodó «Yo apenas si me detendré a señalaros dos fases de la figura de Rivera, dos manifestaciones de su múltiple gloria, que, entre todas, atrajeron siempre mi entusiasmo. Es la una el prestigio irresistible de su magnánima generosidad. No cae sobre la memoria del general Rivera una gota de sangre que no haya sido vertida en el campo abierto de la lucha. De todos los caudillos del Río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano; quizá, en gran parte, porque fue el más inteligente. En lid con enemigos desalmados y bárbaros, nunca fue capaz de una represalia cruel. Aquel inmenso corazón belicoso era un inmenso corazón bondadoso. Había para él una satisfacción aún más alta que el goce de vencer, y era el goce de perdonar.
Digámosle: Patriarca de los tiempos viejos; caudillo de nuestros mayores; ¡Grande y generoso Rivera! Levanta eternamente sobre nuestro horizonte tu sombra tutelar, agigantada como en un inmenso espejismo; cabalgando en campos de aire… ¡Y con el mismo irresistible impulso, con el mismo aliento de huracán, con que condujiste a los jinetes de tus cargas heroicas a doblar las huestes enemigas, condúcenos a nosotros, conduce a tu pueblo, en la infinita sucesión de los tiempos, a la realización de la justicia, de la fortaleza y de la gloria!»
¡Gloria a Rodó, que supo ver y describir la grandeza del héroe fundador de la Nación!