miércoles 17 de abril, 2024
  • 8 am

De nada a demasiado

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín
Ponce De León
Fui a comer a un lugar y durante toda la comida se vivió un incómodo silencio. Estaba dispuesto a continuar cualquier tipo de conversación que surgiese con tal de dejar de lado el silencio.
Esperé un tema o un comentario pero ninguno de ellos surgió. Comimos en silencio y, por ello, en muy poco tiempo concluimos la comida.
Pocos días después debía volver a comer en aquel lugar pero me resistía a participar de una incómoda comida puesto que, pensaba, el silencio era incómodo para quienes nos sentábamos a la mesa. No asistí y me quedé a comer en la parroquia compartiendo con quienes allí viven. Durante la comida uno de ellos tomó la palabra y no permitió nadie comentase nada ni siquiera cuando tenía la boca llena debido a que debía comer. Una vez terminada la comida continuó con su hablar.
Un hablar que ya lo conozco de memoria puesto que lo que decía es lo que dijo ayer y dirá mañana. No importa si lo que dice es una serie de dislates que muchos no logran entender ya que lo que le importa es ser escuchado y, para ello, reclamar la atención.
Habla y no presto mucha atención a su decir ya que lo que dice lo he escuchado en interminables oportunidades. Habla y gesticula. Habla y se enardece en su conversación. Habla y mezcla realidades. Son tantas las veces que le he escuchado que sé que su conversación carece de coherencia salvo el hecho de que siempre dice lo mismo. Luego de casi dos horas de insistente perorata decidí dejarle para buscar un poco de tranquilidad ya que su hablar me había cansado. Me refugio en un lugar tranquilo de la casa y, debo reconocerlo, me equivoqué en el lugar elegido.
Desde fuera me llegaba la voz de la otra persona que vive en la casa. Allí, hablando solo, se quejaba y protestaba por hecho que suponía desde su imaginación. Maldecía y utilizaba un sin número de imprecaciones que, por momentos, decía en muy alta voz. Luego de un rato donde pretendía concentrarme en alguna ocurrencia y viendo que ello era un imposible resolví marcharme. No quería silencio pero me encontré con sobreabundancia de palabras. Como debía ir a rezar misa en un lugar salí con suficiente tiempo como para ir, muy lentamente, hasta llegar a allí.
Mientras viajaba me preguntaba qué era lo mejor: ¿Nada o demasiado? Es indudable que no llegué a una respuesta concreta ya que sé que ambas cosas no son recomendables puesto no son realidades en su justa medida. Nada no es saludable puesto que ello puede tener muchas lecturas.
Demasiado no es saludable puesto que ello puede resultar agotador y mucho más cuando lo que se escucha es una reiterada versión de algo muchas veces escuchado. Nada no es saludable puesto que la incomodidad va creciendo con el paso de los minutos.
Demasiado no es saludable puesto que al poco tiempo uno apaga la capacidad de escucha y se limita a dejarle continuar hablando. Todo, para que sea saludable, debe ser en justa medida a no ser cuando uno se encuentra con una persona a quien hace tiempo no escucha y disfruta de sus cuentos y experiencia dejándole hablar interminablemente. No tengo idea de lo que había de comida el día del silencio. No tengo idea de lo que comí el día del demasiado. Ello era secundario ante la realidad no muy saludable de pasar de nada a demasiado.