miércoles 1 de mayo, 2024
  • 8 am

Se la han llevado

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín
Ponce De León
Alguien se ha llevado la luna.
Luego de varios días de plenitud ha desaparecido y, estoy seguro, se la han llevado.
Tal vez porque era necesaria en algún otro lugar.
Tal vez para que, noche a noche, la extrañe.
Noche a noche disfrutaba su calidez y su brillo.
Ha pasado casi toda la semana y no ha aparecido.
Las noches nubladas, tal vez, la ocultaban o impedían su visión.
Ayer estaba estrellado pero, igualmente, no se veía por ningún lado y no había atisbos de su brillo.
El cielo sin luna, para mi gusto, se torna frío y distante.
Es ella quien lo hace cercano y tibio. El cielo con luna siempre es tibio por más que todo indique que hace frío.
Es ella quien me ayuda a soñar mientras le contemplo.
Es ella quien me invita a repasar el día mientras su serenidad y tibieza impregna el final de otra jornada.
Es ella quien, muchas noches, ingresa por la ventana de mi pieza para recostarse en la cama y descansar por unos momentos.
En estos días, alguien, se ha llevado la luna.
Quizás esté brindando su calor y delicadeza por algún otro lugar con algunos paisajes distintos.
Tal vez algún lugar donde le necesitan puesto que se hace necesaria su presencia para que crezcan esos valores que ella suele aportar.
Tal vez sea necesaria en algún paisaje donde sea necesario crezca el respeto y la aceptación.
Tal vez sea necesaria en algún paisaje donde alguien pueda soñar con ser uno mismo a puro compromiso.
Tal vez sea necesaria en algún paisaje donde alguien pueda sonreír de felicidad al saberse comprendido y apoyado en su opción personal.
Alguien se la ha llevado con la convicción de que era necesaria en algún otro lugar o porque, simplemente, le resultaba necesario tenerla.
Tenerla para fomentar su delirio o para acrecentar su locura.
La luna tiene esa magia de poder ser observada y contemplada de una manera totalmente distinta.
Están aquellos que la observan y estudian.
Están quienes la contemplan y admiran.
Están quienes la ven y no logran entenderla en su realidad.
Están quienes la miran y no llegan a dejarse impregnar por su calidez ni su ternura.
Están quienes la observan sin llegar a entender que pueda ser motivadora de admiración.
Están quienes la contemplan y quieren adueñarse de su luz y su brillo.
Están quienes la miran y desean se vuelva estrella y no que sea tan especial.
Mientras tanto, alguien se la ha llevado y su ausencia es demasiado notoria y evidente.
Hace unos instantes miraba el cielo y solamente se podían ver a muchas de esas estrellas que, cuando la luna está, no se dejan ver y se esconden detrás de su luminosidad.
Solamente se podían ver esas estrellas que, porque la luna no está, parecen muy lejanas
y frágiles porque en un titilar constante.
La luna es notoriamente distinta a todas ellas y permite que uno se pueda perder en su inmensidad y cercanía.
La luna tiene espacio suficiente como para que uno se refugie en algún trozo de su rostro y jamás pueda ser incomodado o encontrado.
La luna se hace hamaca y uno puede dejarse volar en plena libertad.
La luna se hace asiento y uno puede reposar en ella con total comodidad.
La luna se hace cama y uno puede dejar que el mundo se detenga para descansar plenamente.
Cuando alguien se la lleva se hace realidad que se extraña y mucho.