sábado 20 de abril, 2024
  • 8 am

La columna infiltrada: UN DESTINO

Si hay personalidad que difiere de la imagen adversa que le atribuyen sus detractores o bien de la admiración incondicional de quienes fueron sus adherentes, ese es Jorge Pacheco Areco. Nada tiene que ver con él con esa especia de arrogante mandón, de inspiración fascista, que siguen cultivando quienes, por esa vía, pretenden exculpar de sus responsabilidades criminales a la guerrilla del movimiento tupamaro. Tampoco es el estadista iluminado que en algún momento describían algunos de sus admiradores. Fue un paradigma de uruguayo, muchacho de la noche y de la fidelidad a la barra de sus amigos, del gimnasio y la rueda de barajas, algo así como un bohemio gardeliano de buena familia. En su modo de expresarse convivían los dichos lunfardos con un hablar y escribir propios de un clásico profesor de lengua castellana. Quien lea hoy sus discursos, que él mismo escribía, encontrara un idioma castizo, casi arcaizante, a años luz de lo que es el desenfadado léxico pauperizado en esta región platense del siglo XXI.
Su propia vida política que no descansó en una organización propia ni en una acción parlamentaria descollante, construye su rol histórico por la fortuita circunstancia de que el Presidente General Oscar Gestido muere repentinamente el 6 de diciembre de 1967 y tiene que asumir la presidencia en un momento de enormes dificultades, que él mismo calificó de dramáticas.
…Pacheco Areco había llegado a ser vicepresidente de Gestido, fundamentalmente por el reconocimiento que este tenía por quien había sacrificado nada menos que la dirección del diario El Día, que era su vida, por sostener su candidatura.
Su historia no es la de una ambición, ni aun la de un sueño político personal. No fue un proyecto, sino un fruto de la realidad. Hijo de su tiempo, actuó según cada momento y circunstancia. Generalmente, más como respuesta que por propuesta. Alguna vez nos dijo: “Yo siempre he actuado de contragolpe. No soy persona de iniciativa. Cuando boxeaba, solo era bueno de contragolpe. Si atropellaba me iba mal. Hasta en mi vida sentimental actué de ese modo. Nunca me precipité, siempre esperé con paciencia, y cuando tuve que reaccionar, lo hice, pero ante la circunstancia…”.
Quizás ningún episodio dibuje mejor su personalidad, que el que nos tocó protagonizar siendo ministro de Industria, con él y el entonces Ministro de Ganadería y Agricultura Juan María Bordaberry. Era el 30 de marzo de 1971 y menudeaban dramáticos secuestros de diplomáticos, de fiscales, de personas cuya desaparición producía un terremoto.
Esa tarde logramos una entrevista como ministros del ramo para discutir un tema espinoso de la industria frigorífica. No era fácil sentarlo una hora tranquilo, absorbido por los avatares de la guerra interna. Llevábamos ya un rato cuando entra a sala el jefe de la Casa Militar, el General Hugo Chiappe Posse. Le habla al oído. Pacheco lo escucha con atención, no dice nada y sigue la conversación con nosotros, como si nada hubiera ocurrido. Veinte minutos más tarde, se pone punto final a la reunión y nos dice:
-¿Tienen un minuto más…?
-Por cierto, presidente.
-Bueno, tengo que decirles que secuestraron de nuevo a Ulysses.
Era un golpe directo contra el presidente. Ulysses Pereyra Reverbel no solo era una figura política importante, sino su notorio amigo.
Se produce un largo silencio.
-Advierto tu sorpresa –dice dirigiéndose a mí-. Quizás pienses que tengo algo de monstruoso… El tema es que desde que empezó el conflicto medité mucho sobre cuál sería el modo más eficaz de jaquear al Presidente y llegué a la conclusión de que es secuestrándole un hijo. Me ubiqué psicológicamente en ese momento y en la necesidad de decir que no negociaría… aunque pusiera en riesgo esa vida. Luego que se toma una decisión así y anímicamente se está preparado para ese momento, todo lo demás es rebaja…
Su sentido del Estado democrático es el que hizo que todo el enfrentamiento a la guerrilla tupamara se diera con la Policía. Él nunca quiso involucrar a las FF.AA; lo sentía riesgoso y de hecho no lo hizo. Cuando el 5 de setiembre de 1971, a menos de tres meses de la elección nacional, se produce la fuga del penal de Punta Carretas, la circunstancia lo obliga a emplear a las FF.AA, que desde 1904 no habían combatido. No podía hacer otra cosa, La Policía, que hasta entonces había sido exitosa, había sido superada. El Estado aparecía incapaz hasta para retener presos.


Datos extraídos del libro “Retratos desde la memoria”, de Julio María Sanguinetti.