viernes 26 de abril, 2024
  • 8 am

Rivera y la victoria olvidada (Pintado Viejo)

Leonardo Vinci
Por

Leonardo Vinci

156 opiniones

Por Leonardo Vinci
En 1817, estando ocupada la Banda Oriental por los portugueses, ocurrió un hecho de armas memorable.
Si bien es cierto que la información que se ha salvado es muy escasa, se destacan el oficio de Artigas al Gobierno de Corrientes, y el parte del General Bernardo Da Silveira Pinto a Lecor.
Según Fernando Ochoteco, el 23 de marzo, las fuerzas orientales aplastaron la retaguardia de una poderosa división del ejército invasor. Constituyó una victoria de aristas únicas, donde una formidable acción de una División de la Caballería patriota estuvo a un tris de borrar de la faz de la tierra aquel destacamento luso-brasileño. Tal fue la magnitud del éxito obtenido, que este hecho de armas hizo que el invasor dejara sin efecto su plan original. Tan así fue, que al día siguiente comienza a retroceder abandonando todas sus conquistas recientes (el equivalente a los hoy Departamentos de Canelones y sur de Florida), para retornar en menos de 72 horas al punto de partida de aquella ofensiva militar iniciada en la Plaza de Montevideo. Es más que evidente que este hito bélico apaciguo los ímpetus lusitanos, lo que permitió reorganizar la resistencia artiguista en el Frente Sur, lo que finalmente hizo postergar la llamada «gran derrota» hasta enero de 1820.»
Es incomprensible, que este episodio histórico hay sido virtualmente ignorado, salvándose de esta injustificable omisión la excepción de algunos investigadores de tierra adentro y alguna que otra honrosa excepción. A esta extraña circunstancia no escapa gran parte de nuestra academia histórica, donde con suerte, hay menciones menores, pero donde la mayoría ni si quiera hace referencia a la misma.»
Lo cierto es que ese domingo, en el Pintado Viejo, una exuberante división de la caballería oriental realiza un ataque relámpago que deshace la retaguardia enemiga, logrando así la primera victoria artiguista de real significación y con consecuencias duraderas en el devenir de esta guerra.
Las fuerzas militares artiguistas, heterogéneas, precariamente armadas, con escasa disciplina castrense, eran milicias compuestas principalmente por orientales, guaraní-misioneros, entrerrianos y correntinos Una tropa mayoritariamente reclutada de entre gauchos, indios, criollos y negros libertos. Ciertamente había cierta experiencia guerrera adquirida previamente durante algunas batallas ocurridas entre las Piedras en 1811 y Guayabos en 1815. Pero tampoco es menos real que jamás habían tenido que enfrentar una maquinaria de guerra del porte de aquel ejército portugués. A favor de aquellos aguerridos y temibles paisanos jugaban su condición de eximios jinetes, disponían de buena caballada, además de conocer la geografía local y sus accidentes mejor que sus adversarios.
Según el Boletín Histórico del Ejército, ese día «… El Coronel Rivera en persona mandó este choque a la cabeza de 300 hombres, el capitán Lavalleja se portó con la bravura que le era de costumbre…»)
Se trató de una incursión fulminante de la caballería patriota sobre un campamento portugués cuya guardia fue completamente sorprendida. Esta hipótesis nos parece la única lógica, considerando por un lado el efecto devastador del ataque sobre dicho destacamento, y al contrastarlas con las mínimas pérdidas sufridas por los atacantes.
En un Oficio dirigido al Gobernador de Corrientes redactado en Purificación 3 días después del combate, Artigas decía: «…logrado matarle más de 100 hombres…», «…hiriéndole mucha gente…», «…57 prisioneros…», habiendo sufrido las huestes artiguistas solo «… dos heridos y un muerto…». De la lectura de la misiva, se percibe claramente un Artigas aliviado por la victoria, insuflando el ánimo a su protegido aliado estratégico correntino, luego de la seguidilla de recientes contrastes infligidas por las fuerzas portuguesas a la Liga Confederada.
A propósito, en los Potreros del Queguay, escribía el Coronel Ramón de Cáceres «… los soldados no tenían más vestuario que un chiripacito para cubrir las partes; las fornituras las usaban a raíz de las carnes; el invierno fue muy riguroso; los soldados se amanecían en sus ranchos haciendo fuego y cuando se tocaba la diana, que era una hora antes del día, salían a formar arrastrando cada uno un cuero de vaca para taparse, de suerte que parecían unos pavos inflados en la formación; luego que aclaraba se pasaba lista, y cuando se mandaba retirar las compañías a sus cuarteles, quedaban tantos cueros en la línea cuantos eran los hombres que habían estado formados en ella; sin embargo estos hombres eran tan constantes y tan entusiastas, que el que salvaba de tan frecuentes derrotas procuraba luego a Artigas para incorporarse y continuar en el servicio. ¡Gloria eterna a aquellos denodados patriotas! …»