Jacinto Vera
Por el Padre Martín Ponce De León
No recuerdo muy bien cómo fue que surgió el tema. Viajábamos cuando me preguntó algo sobre la vida de Mons. Jacinto Vera.
Le respondí, creo que con acierto, desde lo que me había podido acercar a algunos textos sobre su vida.
Después de hablar algo sobre tal historia me formuló una pregunta que no esperaba: “¿Qué aplicación al hoy tiene su historia?”
Sin duda que su actuar responde a un contexto histórico muy, pero muy, distinto al actual y ello no es una situación menor.
El país vivía sus comienzos como estado independiente.
Era un país que, prácticamente, estaba centrado en Montevideo, algunas palpitantes ciudades en el interior y desperdigados caseríos que apenas eran tenidos en cuenta.
Eran tiempos de Bernardo Berro, Timoteo Aparicio, Gabriel Pereira, Leandro Gómez, Venancio Flores y otros nombres de personajes conocidos. Corría el año 18 y pico.
Eran tiempos de una Iglesia católica que dependía de Buenos Aires y el nuncio debía cumplir su tarea en varios países de esta región.
Eran tiempos donde no existían muchos caminos y los traslados eran en rudimentarias diligencias, tren hasta las cercanías con Montevideo, vapor y caballo.
Era un tiempo donde el gobierno subsidiaba a la Iglesia pero, también tenía injerencia en determinadas realidades eclesiales. La Iglesia desarrollaba actividades que hoy competen al Estado pero que aún no asumía como propias.
Sin perder de vista este contexto particular y determinante se deben encontrar enseñanzas para el hoy desde la vida de Mons. Jacinto Vera.
Estas son algunas puntualizaciones personales y puestas sin ningún orden de valores.
1) Amor por los pobres. Esta es una característica de toda su vida. Se podrían poner varios y elocuentes ejemplos pero me voy a limitar a solamente uno.
Una persona se le apersonó solicitándole una ayuda en alimentos. Jacinto le indicó al encargado de la cocina que le proporcionase algo pero este le respondió que lo que había no alcanzaba para la comida del medio día que debía realizar. Jacinto le respondió: “Dale lo que hay puesto que a los pobres no les fían como lo hacen con nosotros”
2) Un ser conciliador. Permanentemente buscaba la paz que procede del diálogo y la cercanía. Ante diversas situaciones complejas que debió enfrentar siempre buscó el diálogo que permitiera una solución armónica. Al retorno de su destierro su primera ocupación fue no crear una incomodidad con el gobierno que lo había desterrado. En medio de aclamaciones se trasladó desde el puerto hasta la iglesia Matriz pidiendo a sus acompañantes: “No hagan ruido”
3) Quería una Iglesia misionera. No se conformó con organizar la Iglesia del Uruguay, ni con traer sacerdotes y religioso/as o con dar mayor formación al clero ni con responder a diversas exigencias propias de la Iglesia en la capital. Nunca dudó de la necesidad de salir al encuentro de los más alejados. Sus misiones llevaban varios meses recorriendo ciudades y caseríos. La muerte lo encontró en una misión lejos de Montevideo. Eran misiones desde su corazón pero nunca descuidó las tareas que le correspondían como responsable de la Iglesia local.
4) Era un ser de oración y por ello con los pies en la tierra. Solía comenzar su jornada a las cuatro de la mañana para tener tiempo para Dios y para él y luego todo el tiempo de la jornada para los demás que es la mejor manera de prolongar la oración.
Sin lugar a dudas deben encontrarse más aplicaciones al hoy desde la vida de quien hoy es declarado “Beato” y muchas de ellas podrán ser más importantes que las aquí mencionadas.
Jacinto Vera supo salir a la intemperie, encontrarse con las necesidades concretas de sus contemporáneos y con mansedumbre, firmeza y alegría hacer digna una Iglesia de su tiempo y para su tiempo.