Por el Padre Martín
Ponce de León
No siempre es fácil “ver” a Cristo. No porque Él sea complicado, ocupado o difícil. Simplemente porque “verle” requiere, desde la fe, de una suerte de discernimiento que no es fácil de realizar. En oportunidades, la prisa con la que vivimos, nos impide tener la tranquilidad suficiente como para realizar el discernimiento necesario. No se termina de vivir un hecho que ya el otro se está asomando con una fuerza tal que requiere toda nuestra atención. Como que la vida se encarga de reclamar todo nuestro esfuerzo desde cada acontecimiento que nos presenta. Es, entonces, que muchos hechos los vivimos sin lograr hacer ese discernimiento que nos permite “ver” a Cristo. En oportunidades, la desesperanza en la que estamos inmersos, nos impide tener una mirada optimista de la realidad como para buscar, en ella, lo positivo. Vivimos demasiado inmersos en el preconcepto de que nada vale la pena como para tener la remota esperanza de encontrar, en ella, la presencia de Cristo que, siempre, es encontrar la luz. En oportunidades, la cultura de lo mediato, que nos domina, nos impide tener mentalidad para lo sacramental que la “visión” de Cristo requiere. Como que, progresivamente, vamos perdiendo la creatividad necesaria como para ver más allá de las cosas. Vemos, leemos o nos enteramos de los hechos y nos quedamos en ello. No hacemos mucho por mirar las causas o hurgar las consecuencias de los hechos. “Ver” a Cristo es, siempre, descubrir la razón de los acontecimientos y tal cosa implica involucrarnos en los mismos. Se miran los acontecimientos desde lo que nos dicen de ellos y muy difícilmente desde una lectura de los mismos hecha en primera persona. Los relatos evangélicos narran el hecho de cuatro hombres que desean poner delante de Jesús a un paralítico. Viéndose impedidos de tal cosa por el gentío que ocupaba la casa no dudan en subir al techo, quitar una de las losetas y descender, por allí, al paralítico. “Viendo la fe de esos hombres”, dice el evangelio, Jesús dice al paralítico: “…….. toma tu camilla y vete a tu casa”. Jesús premia la fe de aquellos que no se limitan a lo que habría sido “prolijo”. Esperar a que el gentío se moviese y ellos se pudiesen haber encontrado con la posibilidad de llegar a Jesús. Jesús premia la audacia de la búsqueda por caminos no convencionales cuando éstos se hacen intransitables. Jesús premia la osadía de no conformarse a seguir el camino que, habría sido, socialmente “prolijo”. Si bien Jesús era un judío observante de sus costumbres pero muy bien sabe que las mismas están al servicio del hombre y, por lo tanto, no queda atado por las mismas. Muchas veces tales ataduras, también, nos están impidiendo llegar a la posibilidad de “ver” a Cristo. Como cristianos creemos en un Cristo vivo y presente en nuestra historia pero….. no siempre es fácil vivir en consecuencia a ello. Son muchas las realidades que nos impiden “ver” a ese Cristo presente y ello hace que no le escuchemos y vivamos. Necesario se hace animarse a apelar a la creatividad y la audacia como para poder superar esas innegables realidades que nos están impidiendo llegar hasta Él en lo cotidiano. Antes de animarnos a apelar a la audacia de la creatividad preferimos decirnos que resulta un imposible o, desalentados, esperar una oportunidad más sencilla. Apelar a la creatividad implica correr riesgos pero…….. ¿no es mejor animarse a correrlos antes que resignarnos a no “verlo”?. Pese a “bajarlo del techo” ¿qué les aseguraba que serían atendidos en un pedido que no formularían? Algo en sus corazones (fe) les hacía tener la convicción de que sobraban las palabras y Jesús no les habría de defraudar. Se animaron, apelaron a la improvisada creatividad y lograron hacer que aquel hombre, el paralítico, pudiera “ver” a Cristo.
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