Por el Padre Martín Ponce De León
La posibilidad de acceder a la lectura era muy limitada. Eran unos muy pocos los que sabían hacerlo.
Los relatos evangélicos responden a esa época y por lo tanto era libros relatos escritos para ser escuchados.
Eran libros escritos para que algún privilegiado lo pudiese leer a los demás.
Tal cosa hacía que los oyentes se quedasen con aquello que les llamase la atención al escuchar la lectura que se realizaba.
No tenían la oportunidad de repasar lo leído para poder entender mejor o para profundizar lo escuchado.
No tenían la oportunidad de detenerse en alguna frase o pasaje para analizarlo con detención.
Acostumbrados a la memorización de lo escuchado (tradición oral) sin duda que poseían una costumbre de escuchar mucho más formada de lo que hoy poseemos.
Sabían escuchar y ello era lo que hacían y compartían.
Soy un convencido que debemos volver a recuperar esa capacidad de escucha.
Si esos textos son “Palabra de Dios” es Él que nos habla mediante ellos y, por lo tanto, debemos escuchar y quedarnos con lo que nos dice en cada oportunidad.
Luego de escuchar un texto debemos preguntarnos “¿Qué me dijo Dios desde el texto escuchado?”
Lo verdaderamente importante es lo que nos dice a cada uno por sobre lo que los estudiosos pueden determinar que dice el texto.
Se nos podrá ayudar a enriquecer nuestra escucha pero cada texto tiene la riqueza de decirnos algo particular a cada uno de quienes lo escuchan.
Hoy en día no poseemos mucha práctica de escuchar.
Hemos escuchado tantas veces los textos evangélicos que, en oportunidades, como conocemos el relato, lo escuchamos sin la necesaria atención que el texto requiere.
En Dios que nos está hablando y con facilidad nos olvidamos de ello.
Muchas son las veces que escuchamos sin tener en cuenta el hecho de que sea Dios que nos está hablando.
Necesitamos, sin duda, recuperar la capacidad de saber escuchar.
Solemos decir: “Escuchamos mal y repetimos peor” Sin duda necesitamos ejercitarnos para saber escuchar puesto que es Dios quien nos está hablando.
Dios nos habla día a día desde textos que nos pueden resultar muy conocidos pero siempre tienen algo para decirnos.
Dios confía en que tengamos la capacidad de saber escuchar y nos habla para que nos dejemos cuestionar por su Palabra.
No debemos quedarnos en una escucha pasiva sino que su Palabra nos cuestiona para ayudarnos a ser mejores personas.
Es a mí a quien habla (debemos decirlo cada uno) y, por lo tanto, lo verdaderamente importante es lo que experimento me está diciendo.
Habla y nos llega a cada uno conforme la situación que nos toca vivir.
Habla y lo necesario es que escuchando sepamos llegar a aquello que experimento me está diciendo y solicitando.
Dios nos habla no para que nos limitemos a escucharle sino para que lo escuchado lo sepamos hacer vida.
Dios nos habla y nos cuestiona en nuestras actitudes para que nos ayudemos a ser esas buenas personas que deseamos poder ser.
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