Orígenes del templo San Juan Bautista de Salto en el año 1866 y la bendición inicial de Mons. Jacinto Vera
Por Cary de los Santos Guibert.
En el invierno de 1866, un 3 de junio fue colocada la piedra fundamental luego de los actos protocolares y de la bendición solemne realizada por el excelentísimo señor obispo, don Jacinto Vera. El lugar elegido, era un terreno de treinta y tercia varas de frente al Oeste, con ciento treinta y dos varas de fondo, que estaba ubicado frente a la plaza “Constitución” en el Ejido del Salto Oriental, aunque los pobladores de esa época, seguían llamándole “Plaza Nueva” para diferenciarla de la Plaza de los Treinta y Tres Orientales, es decir, la “Plaza Vieja”. En esa época en el paraje elegido para la colocación de la piedra fundamental era prácticamente despoblado, y el límite poblado del Ejido del Salto, llegaba hasta la casa del vecino Lluberas, en la calle principal, que aún se llamaba “Real”.
PROCESIÓN
Años después, algunos vecinos del viejo Salto, aún recordaban la magnífica y esplendorosa fiesta realizada con motivo de la colocación de la piedra fundamental. A las tres de la tarde salió la procesión llevando la cruz alta de la Iglesia Parroquial presidida por el Excelentísimo, señor Obispo Vicario Apostólico del Estado, y delante del Clero, marchaban los preceptores de las escuelas públicas y privadas, seguidos por sus alumnos, que eran aproximadamente 400. A la cabeza de la columna, marchaban los músicos de la banda bajo la dirección del maestro Carlos Muller, afamado violinista, que se consagró en Salto, tocando el contrabajo en las orquestas que amenizaban las galas en el Teatro Larrañaga.
DISCURSOS
Al Jefe Político y Policía, teniente coronel Simón Martínez, que era la máxima autoridad departamental de la época, le correspondió pronunciar el discurso de apertura de la ceremonia oficial, seguido por la oratoria de Don Bernabé Mendoza que era vicepresidente de la Comisión Extraordinaria Administrativa de la Junta Económico Administrativa del Departamento de Salto, seguido por el Alcalde Ordinario Don Justo Carcasales, y finalizando la oratoria, le correspondió al cura párroco Don Juan Nepomuceno Montes de Oca.
COLECTA
Luego de los discursos se procedió a realizar una colecta entre los vecinos del Salto, que asistieron al evento. Sin embargo, un cronista con el seudónimo de Luarth, cincuenta años después, escribió: “…Se hizo una colecta entre la concurrencia, para aumentar los recursos que se disponía para la construcción del templo, y ahí nomás ya empezaron a fallar los entusiasmos de la gente, como sí se hubieran dado cita los fundadores del amarretismo regional. No cabe suponer otra cosa, pues el total de lo recolectado allí, en medio de ese fervor religioso y de ese calor producido por los discursos, y la música, ascendió a treinta tres pesos con cincuenta y cinco centésimos! La historia es severa respecto a la prodigalidad de los católicos de aquella época, señalando un contraste por la ausencia de los Gallinal de ahora, que largan cien mil pesos para una iglesia con la suave espontaneidad de un suspiro…”.
ABANDONO
Junto a la piedra fundamental se procedió a enterrar una caja de plomo, que contenía los siguientes objetos: algunas pesadas monedas de cobre, una moneda española de plata de dos reales, y otra idéntica con fecha de acuñación de 1722. Luego, un 24 de junio de 1867 en un improvisado altar, ubicado al aire libre y cercano a la piedra fundamental se celebró la primera misa. Sin embargo, unos días después con mucho entusiasmo comenzaron las obras de la construcción del nuevo templo religioso, hasta ser abandonadas y quedar completamente detenidas por largos años.
“…Y poco después comenzaron las obras, bajo la dirección de don Mateo Aigabella y con una base de ocho mil pesos que se habían obtenido en diversas colectas. Ese fue el principio angustioso del templo de la Plaza Nueva, cuyas obras recomenzadas después y abandonadas luego, lo dejan a la meditación de la gente actual como una herencia del pasado, de aquella locura que exaltó a otros hombres apasionados por el progreso salteño, aquellos que instalaban bancos de créditos, astilleros, empresas de navegación, saladeros, viñedos, etc. para dejar los cimientos de una gran ciudad.”. Y Luarth, para finalizar, dice: “Las paredes del templo sin techo donde las palomas hacen en los días de sol, días incomparables, las fiestas de sus cantoneos y de sus sordas rumorosidades, son un símbolo que advierten a propios y extraños el eclipse inesperado de la vida salteña, de una época gloriosa, de pronto quebrantada como en una suspensión fulminante de energías.».
APASIONADOS
En esta “locura que exaltó a otros hombres apasionados”, hay que tener en cuenta, lo siguiente: Mariano Cabal, de origen entrerriano, ahijado del Gral. Justo José de Urquiza, y con un espíritu emprendedor, similar al de Piria, fue fundador de la Casa de Cambio, luego del Banco de Salto y de la Compañía Oriental de Navegación a Vapor denominada «Salteña», estableció el Banco Comercial en Salto, mandando a construir en 1858 el actual edificio de la aduana, para alojar la casa bancaria, conocida popularmente como banco de “Cabal y Williams”, y a pesar de tener un gran éxito en su sociedad con Richard Almond Williams, luego en Argentina, terminó sin su gran poderío económico. A Salto lo favoreció su posición geográfica por ser el último punto navegable del río Uruguay, y estar cercano al teatro de la guerra, durante la guerra contra el Paraguay, dónde se especuló muchísimo y sin tener recursos se invirtió desmedidamente.
En esa época se construyeron los dos mercados de la ciudad, se llenó de barracas y todo tipo de talleres, se fundó el astillero, y había dos grandes saladeros, y un día faltó metálico, monedas y la población de Salto se redujo a la mitad con sus nefastas consecuencias. Aquellos grandes hombres y administradores como Pascual Harriague y Saturnino Ribes, supieron sanear todas las dificultades y continuar adelante, otros quedaron por el camino, dejando sus sueños, esfuerzos y la infraestructura abandonada.