Por el Dr. César Signorelli
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No existe prácticamente ningún análisis actual sobre el mercado de trabajo presente y sobre todo inmediato futuro, que no incluya el impacto de la Inteligencia Artificial.
El debate se ubica entre poner límites a la expansión tecnológica, o disparar definitivamente la misma, pero bajo fuertes controles.
La IA no solo destruye empleos tradicionales, sino que impacta sobre la propia condición humana.
En reciente publicación del Prof. Raso, quién en una mirada realista y práctica, se inclina por controlar el fenómeno, referencia a un neurólogo, biólogo y psicoanalista que indica que las tecnologías modifican nuestros circuitos neuronales y la constitución física del cerebro, a través del fenómeno de la delegación de funciones propia de todos los mamíferos y, de tal modo, cuando el cerebro delega a través de la tecnología una determinada función, al tiempo el área cerebral que corresponde a dicha función se atrofia. Para ello se apoya en los resultados de una investigación realizada en dos ciudades de Europa con nuevos choferes de taxi, monitoreados durante tres años. Los de París tenían GPS y los de Londres no y al cabo de ese tiempo todos los choferes de París tenían los núcleos subcorticales que cartografían el tiempo y el espacio atrofiados.
Cada vez que se delegan funciones humanas a la tecnología, determinadas áreas del cerebro se van atrofiando. De modo que no se trata solo de la sustitución de tareas, sino de la propia identidad cerebral de las personas. He ahí el motivo central de la limitación o el mayor control de su uso.
Y como expresa el Profesor, el Reglamento Europeo de Inteligencia Artificial aprobado por el Parlamento de la Unión Europa, adoptó una tercera vía alternativa al modelo estadounidense, en el que los datos se encuentran en poder de las empresas privadas, que a menudo los obtienen de forma opaca, y al modelo chino, en el que los datos se encuentran en poder del Gobierno para el control de la sociedad. A diferencia de estos dos modelos, el europeo propone que los datos estén en manos de los ciudadanos, que deciden el uso que van a hacer de ellos participando en su gobernanza.
En nuestro país (y en la región) las decisiones sobre la incorporación de tecnología en los procesos de producción y/o control del trabajo siguen siendo privativas de la empresa y frente a esto los sindicatos han opuesto relativa resistencia, pero relacionada exclusivamente a la preocupación por la pérdida de los puestos de trabajo, cuando el fenómeno es mucho más preocupante o, por lo menos, profundo y vasto, en tanto aún aquellos que conserven su lugar en al mercado de trabajo, se ven afectados.
En el plano estrictamente jurídico, la mirada se centra en derechos humanos fundamentales, como la salud psicofísica y la intimidad, entre otros.
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