sábado 7 de septiembre, 2024
  • 8 am

Apoyo a las asociaciones sociales como política pública

Cecilia Eguiluz
Por

Cecilia Eguiluz

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Por Cecilia Eguiluz
Hoy quiero compartir con ustedes mi opinión sobre la revitalización de las asociaciones sociales en nuestro departamento. Muchos de ustedes recordarán la cantidad de grupos que, de forma desinteresada, trabajaban en pos de la comunidad en infinidad de asuntos de interés.
Una de las características más destacadas de la sociedad salteña siempre ha sido la solidaridad y la buena costumbre de tender una mano a otros conciudadanos. Gracias a estos esfuerzos desinteresados, se consiguieron grandes cosas: se crearon instituciones, asociaciones de ayuda para temas de salud, apoyo a emprendimientos, trabajo con personas con discapacidad, y fortalecimiento de la educación, entre otras. Un ejemplo de ello es la Regional Norte, la Represa de Salto Grande, el IMAE, etc.
Uno de los últimos emprendimientos colectivos y desinteresados realizados por varios conocidos salteños es “Casa Amiga”. Días atrás tuve la oportunidad de acompañar a mi amigo, Fausto Bentancur, en un justo homenaje donde pusieron su nombre al “Hospital de Día”. Revivimos momentos y recordamos a quienes ya no están físicamente, pero su legado sigue en pie.
Quizá algunos piensen que me he puesto nostálgica, y tienen razón. Siento nostalgia del compromiso que veíamos en nuestros vecinos salteños hasta no hace tantos años, en esa solidaridad real, bien entendida, sin selfies ni discursos rimbombantes, con firmeza individual pero objetivos colectivos. Y me pregunto: ¿quedará poca gente solidaria? ¿Habrá gente comprometida con el prójimo? La respuesta es SÍ, aún existen salteños con el mismo afán de progreso social, cultural y solidario.
Entonces, ¿qué ha cambiado? Yo creo que estos cambios en los roles de los entramados sociales no son casualidad. El poder político, frente a esa realidad de asociaciones con impulso, siempre tuvo dos alternativas: apoyarlas o dejarlas morir. Una alternativa era respaldarlas, dejar que las asociaciones tiraran del carro con autonomía de criterio, independencia política y libertad de expresión. El Estado, especialmente el gobierno departamental, estaba siempre ahí para apoyarlas con recursos, difusión, personal. Esta sinergia casi perfecta funcionó durante años y permitió que las cosas salieran adelante.
La otra forma de actuar del Estado es dejar morir a esas mismas asociaciones por inanición, quitándoles el apoyo o generando núcleos de dependencia política, sustituyendo el voluntariado por funcionarios rentados o tecnócratas que a veces no tienen la sensibilidad social necesaria para trabajar en esos ámbitos. Lamentablemente, estas últimas administraciones han elegido esta opción. ¿Alguien lleva la cuenta de las pérdidas en aporte social voluntario que han tenido lugar estos 8 años con Lima?
Hemos visto cómo muchas personas que cumplían ese rol social voluntario se fueron a sus casas; ya no existen más las comisiones vecinales, ni las comisiones destacadas que trabajaban por la gente y las pocas restantes están peleando por su subsistencia, haciendo rifas para pagar el alquiler o la luz, añorando el aporte de la “zona azul” que, aunque mínimo, ayudaba.
Es necesario que este tema se convierta en una política pública. La revitalización de las asociaciones sociales no puede depender solo de la buena voluntad de algunos individuos; debe ser apoyada y promovida activamente por el Estado.
Debemos fomentar el voluntariado, proporcionar los recursos necesarios y reconocer la importancia de estas asociaciones para el bienestar de nuestra comunidad. Solo así podremos recuperar ese espíritu solidario y comprometido que siempre ha caracterizado a Salto.