lunes 7 de octubre, 2024
  • 8 am

Esto no es política

Cecilia Eguiluz
Por

Cecilia Eguiluz

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Por Cecilia Eguiluz
Hace unos días tuve la oportunidad de hablar con varios jóvenes que compartieron conmigo su amarga experiencia en el ámbito político, y quiero aprovechar este espacio para reflexionar sobre ello.
Durante años, estos jóvenes creyeron que serían beneficiarios de terrenos e incluso que recibirían canastas de materiales para construir su propia casa. No debían pagar una cuota; bastaba con unirse entre ellos para formar una cooperativa y trabajar políticamente en apoyo a un precandidato a la presidencia de un partido político.
Con la promesa de acceder a una vivienda, estos jóvenes salteños, la mayoría con hijos a su cargo, vieron en esto una gran oportunidad. Les dijeron que tener una casa propia era un derecho, que el Estado tenía tierras para ellos y que no tendrían que pagarla. Para personas desempleadas o con empleos inestables, esta oferta parecía una oportunidad única.
Así que, entusiasmados y llenos de esperanza, se unieron. Buscaron a otros jóvenes como ellos y, de manera informal, formaron una cooperativa. Lo “único” que se les pidió a cambio fue militar políticamente. Su tarea consistía en repartir volantes, caminar por los barrios de Salto siguiendo un cronograma, asistir a actos y ser grabados en actividades partidarias, siempre con la consigna de mostrarse “contentos”.
Sin embargo, con el paso de los meses, los terrenos no aparecían, más allá de algún plano que mostraba vagamente su ubicación y algún papel que les indicaba que podían ocuparlos, pero lo que sí era un hecho, y cada día que pasaba aumentaban, eran las exigencias políticas. La militancia no tenía descanso, y se les pasaba lista en cada actividad, junto a otros cooperativistas. Así, poco a poco, descubrieron que eran muchas más las familias que, como ellos, estaban en la misma situación.
Cuando la campaña política se intensificó, les exigieron que viajaran a otros departamentos, pasándose todo el día fuera, con apenas un refuerzo y una botella de agua. Para muchos de estos jóvenes, jefes de familia, resultaba imposible mantener ese ritmo, que además les impedía aceptar trabajos ocasionales para llevar algo de dinero a casa.
Al final, se vieron ante una disyuntiva: seguir aferrados a la promesa de una casa propia o priorizar el sustento inmediato de sus familias. Muchos optaron por lo segundo, lo que les llevó a ser expulsados del supuesto sistema de premios que, al final del día, pagaría el Estado.
Lo que relato en esta columna no es ficción; es la realidad que se vive en Salto. Hay quienes están dispuestos a quebrantar la dignidad de ciudadanos en situaciones de vulnerabilidad con tal de obtener poder. Pero eso, queridos lectores, no es política.
Ustedes podrán calificar estas prácticas con los adjetivos que consideren, pero lo que es seguro es que esto no puede ser aceptado como práctica política, eso está mal, eso no se hace. Igual de injusto colocar a todos los políticos en el mismo saco, no somos todos iguales. La política es una herramienta poderosa para el bien común, aunque haya quienes se esfuercen en desprestigiarla, y allí es donde yace el poder ciudadano, allí es cuando el ciudadano, con su voto puede decirle a los candidatos que abusan de los ciudadanos “¡ya es suficiente! Así no se hace política”.