Por el Padre Martín Ponce De León
En la experiencia de los tiempos dentro de la vida de la Iglesia católica existen, particularmente, dos tiempos que son una invitación a vivir con intensidad. Por un lado, se encuentra “Cuaresma” y, por otro, “Adviento”
El tiempo de “Adviento” es el que nos ayuda a prepararnos para la celebración de “Navidad” y todo lo que ello implica.
No es un tiempo para que nos sumemos al ritmo vertiginoso de compras y preparación de comidas. Es un tiempo donde vamos asumiendo lo que implica la celebración de la humanización de Dios que es Navidad.
Adviento es un tiempo para la contemplación y la espera esperanzada. Contemplación, puesto nos desborda el hecho de saber que el amor de Dios es tan grande por sus hijos (nosotros) que asume todo lo nuestro para que ello sea camino para llegar a Él.
Espera esperanzada, ya que anhelamos que lo que el niño por nacer nos augura nos encuentre disponibles para que pueda ser desde cada uno de nosotros.
Navidad no es una festividad de rituales, de vidrieras o de reuniones familiares. Navidad es una celebración que debe hacerse realidad desde nuestro corazón y, desde allí, prolongarse a nuestro estilo de vida.
Es la celebración del amor de Dios que irrumpe en nuestra historia para que lo nuestro sea una prolongada historia de amor para con Dios y con los demás. Es ir preparando nuestro corazón para que sea el mejor pesebre donde pueda darse Navidad.
Todo se debe vivir dejándose empapar por el amor que desborda nuestra historia en cada Navidad.
Por más que la historia de los hombres esté, musicalmente hablando, sonorizado por el ruido de guerras sin fin, siempre, junto con la cercanía de la Navidad, se escuchan sones de paz que auguran una esperanza. Sonidos de paz en los encuentros familiares donde siempre hay trozos de amor que se unen u obsequian
Es algo propio de esa magia navideña a la que debemos estar preparados para vivir desde nuestro corazón. Navidad es, en primer lugar, una realidad interior que crece desde nuestro interior y se brinda a los demás.
Es, por eso, que la Iglesia nos brinda este tiempo de “Adviento” para que realicemos y profundicemos un proceso de preparación. Es un tiempo secundario puesto que toda la atención está puesta en lo que se ha de celebrar y que, año a año, nos presenta desafíos nuevos para que dicha celebración sea real.
Necesitamos estar preparados para celebrar dignamente el acontecimiento de la Navidad puesto que, siempre, es una realidad nueva que irrumpe en nuestra vida para
renovarnos y, así, hacer que podamos colaborar en la construcción de un mundo más fraterno, respetuoso, justo y con más amor.
Si Navidad fuese un recuerdo no necesitaría de tanta preparación. Si Navidad fuese un ritual no sería necesaria preparación alguna. Navidad es una celebración de la vida y, por lo tanto, una celebración viva.
Dios asume lo nuestro y lo nuestro nos ayuda a vivir y caminar hacia Dios y ese misterioso intercambio nos permite descubrirnos inmersos en Navidad.
En Navidad no son necesarios ni los pastores, ni los ángeles, ni los magos o las ovejas. Solamente es necesaria esa realidad de Dios hecho hombre que nace en el seno de una familia humilde en un sencillo pueblo de Judea.
Navidad. Dios y los hombres. Los hombres y Dios. Dios, los hombres y un inmenso caudal de amor divino que irrumpe en nuestra historia para transformarla. Adviento, tiempo para prepararnos ese acontecimiento en nuestros corazones.
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