La certificación de origen y buenas prácticas en la producción ovina se ha consolidado como un sello de calidad y confianza para la lana uruguaya en los mercados internacionales. Guzmán Vergara, auditor de Control Unión, explicó los alcances y desafíos de la norma RWS (Responsible Wool Standard), que hoy distingue al país por su alto nivel de adopción.
Un sello que trasciende fronteras
"Soy auditor de la empresa Control Unión, que está a cargo de desarrollar todo lo que son las auditorías de campo de la norma RWS", comenzó explicando Vergara, quien lleva varios años recorriendo establecimientos ovinos en distintas partes del mundo. Su trabajo no se limita al territorio uruguayo: "Tuve la suerte de auditar en Estados Unidos, Inglaterra, Escocia, las islas Falkland, Tierra del Fuego, Chile y Argentina. Este trabajo me ha llevado a conocer gran parte de la Patagonia y del centro oeste americano", relató.
La norma RWS, explicó, no está restringida únicamente a las lanas finas, aunque es en ese segmento donde encontró su mayor expansión en Uruguay y en otras regiones productoras. El sistema de certificación evalúa tres áreas fundamentales: bienestar animal, responsabilidad social y conservación medioambiental, una tríada que busca garantizar al consumidor final que la fibra proviene de sistemas responsables y sostenibles.
Durante sus auditorías, Vergara ha observado similitudes en la estructura productiva de diferentes países. "El componente carne siempre es importante. El productor ovino no deja de cerrar su cuenta con la carne", señaló. En la mayoría de los casos, el ingreso proviene en un 70% de la carne y un 30% de la lana, salvo en Argentina, donde la dinámica es distinta. "El productor busca una lana fina en todos lados y una buena tasa de señalada para producir carne, que es lo que al final del día cierra el negocio", apuntó.
Uruguay, un ejemplo de certificación
El nivel de certificación alcanzado por Uruguay no tiene comparación a escala mundial. Mientras que en Australia apenas un 10% de las lanas están certificadas, el país alcanza una cifra que ronda el 90%, según datos recientes. Vergara explicó que esa diferencia responde, en buena medida, a cuestiones sanitarias y de manejo.
"Australia tiene una práctica que se llama Mulesing, que consiste en cortar el pliegue que tiene la oveja arriba de la vulva por un tema de parasitosis de una mosca. Es una práctica sangrienta que no se permite dentro de la norma RWS, por lo tanto, no pueden entrar en la certificación", detalló.
Esa limitante ha llevado a que Sudáfrica, Uruguay, Argentina y Chile se conviertan en países líderes en la adopción del estándar, al no utilizar esa práctica. "Es una cosa particular de Australia -añadió-, una mosca que pone huevos y genera una especie de sarna. La realidad es esa: no se pueden certificar".
Para Vergara, esta situación ha abierto una oportunidad para la región. Uruguay, que históricamente ha sido un país exportador de lana de calidad, ha sabido incorporar la certificación como una herramienta estratégica para mantener y ampliar sus mercados. "La certificación RWS te diferencia, te pone en un lugar donde estás certificando que tenés buenas prácticas de manejo de animales, del campo y de tu gente", afirmó.
El auge, la caída y la estabilidad de las certificaciones
Consultado sobre el impulso inicial que tuvieron las certificaciones y su evolución en los últimos años, Vergara fue claro: "La certificación que cayó fue el orgánico a Europa, por un tema de cambios en las condiciones de los grupos. Los europeos detectaron que había cosas que no les cerraban y modificaron las reglas, pasando de un sistema grupal a uno individual".
Aun así, aclaró que la RWS se ha mantenido firme, con un alto nivel de productores comprometidos. "Tenemos entre 800 y 900 productores certificados y no se bajó nada el número, lo que demuestra que el productor mantuvo la certificación", sostuvo.
El factor económico también juega su papel. Si bien los precios de la lana fina llegaron a superar los 10 dólares por kilo, luego hubo una baja. Sin embargo, "el productor vio que en costo-beneficio la certificación es buena, porque normalmente la paga la lanera y representa un elemento más para diferenciar la lana en el mercado".
Vergara reconoció que algunos productores pueden no percibir un retorno económico inmediato, pero insistió en que el valor de la certificación va más allá del precio. "En los momentos difíciles, las laneras optan por comprar lana certificada, y eso marca la diferencia entre vender y no vender", explicó. "La certificación no te arregla la vida, pero te da un elemento más para competir y diferenciarte", agregó.
RWS: un modelo accesible
Para el auditor, la fortaleza del sistema radica en su practicidad. "Es una certificación muy sencilla que cualquier productor prolijo en Uruguay puede cumplir. No implica grandes inversiones, solo registros y un manejo ordenado como el que ya tienen".
Esa simplicidad ha permitido que la norma se expanda entre los productores familiares y medianos, sin generar barreras económicas. "El costo-beneficio está bueno para el productor, porque no requiere cambios estructurales, sino demostrar lo que ya se hace bien", subrayó.
Vergara considera que la certificación se ha convertido en una herramienta de gestión y de reputación para el sector. En un contexto global donde el consumidor demanda información transparente sobre el origen de los productos, contar con sellos verificables de responsabilidad ambiental y social es clave para acceder a los mercados más exigentes.
"Hoy por hoy, todo hay que diferenciarlo", insistió. "Las certificaciones son la forma en que los productores pueden mostrar al mundo que están haciendo las cosas bien".
El futuro de la certificación
Cuando se le consultó sobre cómo seguir destacándose en un país donde el 90% de las lanas ya están certificadas, Vergara respondió con una visión a futuro: "Va a haber otro tipo de certificaciones también. Lo curioso es que el mundo animal contamina poco, pero tiene mala prensa".
A su juicio, el desafío es demostrar mediante certificaciones que la ganadería aporta más de lo que se le atribuye. "Quienes más contaminan nos echaron la culpa a nosotros, los productores, cuando en realidad aportamos carbono y cuidamos el ambiente. Hay que demostrarlo con hechos y documentos".
El auditor considera que la tendencia hacia nuevas normas -como las de carbono o buenas prácticas de manejo- es irreversible. "Estas cosas llegaron para quedarse, porque el consumidor europeo está lejos de la producción y la única forma que tiene de asegurarse es comprando una prenda con lana certificada", explicó.
Según Vergara, la demanda del consumidor es el verdadero motor de las certificaciones. "Si la demanda viene desde el consumidor, las normas se sostienen; si no hay demanda, se mueren", concluyó.