Por el Padre Martín Ponce de León
No sé muy bien la razón, pero, suele ser frecuente encontrar, entre los fieles, alguno que tiene algún problema mental, encuentra en el templo el lugar de refugio y presencia. Quienes están en ese lugar desde hace mucho tiempo le conocen y nada de lo suyo llama la atención. Quizás, por el hecho de ser nuevo en el lugar, su actuar despierta mi atención.
Me encontraba tomando mate y se me acercó, también él, con termo y mate. De inmediato se puso a relatarme su proyecto de trabajo. Ser guardia de seguridad en el templo. Él estaría a cargo de toda la seguridad con la ayuda de algunos conocidos suyos y algunas cámaras que, solicitaría a la policía, instalase dentro del templo.
“Ellos tienen unas cámaras que saben ver lo que la gente está pensando. Puede estar alguien rezando y ese no tendría ningún problema. Pero, también, puede haber alguien que parezca está rezando, pero está mirando los candelabros y suponiendo lo que ellos pueden valer y, a ese, se le retiraría del templo. Con mucha delicadeza voy hasta dónde está esa persona y lo llamo pues debo hablar con él. Lo saco del templo y le digo no puede ingresar más por estar pensando en robarse un candelabro. También se evitarían los enojos de San Roque (en el templo hay una imagen de dicho santo). Cuando se enoja es terrible. Si alguien patea un perro dentro del templo, él se enoja, pero, mucho más, si alguien orina (no utilizó tal término sino otro más ordinario) dentro del templo, él se enoja muchísimo. Hay que tratar de que no se enoje.”
Me explicó los lugares donde deberían colocarse las cámaras y el sitio donde él tendría el control de las mismas. Pero, también, me explicó la manera en que se financiaría dicho servicio ya que permitiría que el templo estuviese abierto durante todo el día.
Así continuó por un buen tiempo relatando la manera en que funcionaría ese servicio de guardia de seguridad para el interior del templo. Sin lugar a dudas, hacía mucho tiempo la idea estaba en su mente y había pensado en todos los detalles. Por más que le intentase explicar que yo no tenía ningún poder de decisión y que debía hablar con el párroco, continuaba exponiendo su idea.
Por momentos, debía ocuparme de tomar unos mates para evitar me viese sonreír, pero su teoría le insumió muchos minutos ya que me iba detallando lo que había estado imaginando de muchos de los asiduos participantes de las eucaristías. “Yo tengo formación para ello porque soy oficial de inteligencia y, por ello, no utilizo uniforme. Los de inteligencia trabajamos todos los días del año. Jamás tenemos libre y nadie se da cuenta que los estamos estudiando a todos.”
Cuando le manifesté que debía retirarme, me pidió la autorización para ir a hablar en la jefatura y comenzar a construir la necesaria garita. Volví a decirle que no tenía ningún poder de decisión sobre su proyecto me dijo que, entonces, lo hablaría, “directamente, con el nuevo Papa.” “Sí, sin duda eso es lo mejor que puedes hacer”
Suele ser frecuente que nos encontremos con personas así. Son seres que, sin duda, “el plato del micro ondas no le gira correctamente”, pero, son seres a los que Jesús, mira con una sonrisa a flor de piel. No los desprecia ni margina, pero sabe darles le necesaria atención para que no se sientan al margen.
Me hacía recordar a aquel feligrés que siempre rezaba para que “cuando llegase el fin del mundo el Maestro (Jesús) no estuviese enfermo puesto que si eso pasaba no podría venir a juntar a los suyos.”
¿Nos ocupamos tanto de las cosas del Señor? ¿No precisaremos un algo de “locura” para dedicarnos a las cosas de Dios como Él se dedica a las nuestras?
Pero, también, qué inseguros estaríamos con un alguien así encargado de la seguridad.
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